Réquiem
Quiso decir que estaba vivo
que olía, que palpitaba, que tenía sombra
y vísceras y voz y un dolor entre las ingles
como de sarmientos, como de caderas, como de volcanes,
como de lenta inundación en las auroras de lo vivo.
Y hablaba sin parar, con los labios cerrados,
con besos, con caricias, con largas caminatas en un parque
o bien en la hoja en blanco que se poblaba de alegría,
de sauces, de hospitales, de guerras al silencio
y de un rostro de mujer amado para siempre.
Quiso vengar las horas de tristeza
con un camino para todos, con flores en la esquina
y un tren que en el vapor de la mañana hace el rocío.
Hablaba sin dudar con gatos y planetas,
con copas sin licor, con el licor entre las venas,
sondeando en el abismo de la verdad que nos inventan,
en el secreto de la luz que la bacteria vuelve sombra,
cinismo, sinrazón, cadena de la muerte.
Quiso volar aunque ya era el más diestro de los cuervos,
encabezar a solas la rebelión de los perdidos,
de las amantes que quedaron en la plaza del domingo
para volver el día lunes como sirvientas para ser violadas.
Tenía treinta y nueve, años, siglos, ya no importa,
eran sus muertos los que lo hacían infinito,
eterno, sin lugar, aciago en tanta espera.
Mientras, la mano del mendigo le roía,
igual que la del prócer, el juez o el mal ministro
y en su bolsillo ni la estrella se detuvo atesorada.
Cayó, rodó, voló, se puso dentadura
arriba de un caballo sin destino más que el cielo,
apenas se alejó la muerte le dio alcance.
En horas como esas recuerdo que tú también pareces vivo
y elevo una oración por ambos y por todos.
Mañana la piedad del cielo dará entierro
a tanta confusión a un lado y otro de la tumba.
13 08 10
Quiso decir que estaba vivo
que olía, que palpitaba, que tenía sombra
y vísceras y voz y un dolor entre las ingles
como de sarmientos, como de caderas, como de volcanes,
como de lenta inundación en las auroras de lo vivo.
Y hablaba sin parar, con los labios cerrados,
con besos, con caricias, con largas caminatas en un parque
o bien en la hoja en blanco que se poblaba de alegría,
de sauces, de hospitales, de guerras al silencio
y de un rostro de mujer amado para siempre.
Quiso vengar las horas de tristeza
con un camino para todos, con flores en la esquina
y un tren que en el vapor de la mañana hace el rocío.
Hablaba sin dudar con gatos y planetas,
con copas sin licor, con el licor entre las venas,
sondeando en el abismo de la verdad que nos inventan,
en el secreto de la luz que la bacteria vuelve sombra,
cinismo, sinrazón, cadena de la muerte.
Quiso volar aunque ya era el más diestro de los cuervos,
encabezar a solas la rebelión de los perdidos,
de las amantes que quedaron en la plaza del domingo
para volver el día lunes como sirvientas para ser violadas.
Tenía treinta y nueve, años, siglos, ya no importa,
eran sus muertos los que lo hacían infinito,
eterno, sin lugar, aciago en tanta espera.
Mientras, la mano del mendigo le roía,
igual que la del prócer, el juez o el mal ministro
y en su bolsillo ni la estrella se detuvo atesorada.
Cayó, rodó, voló, se puso dentadura
arriba de un caballo sin destino más que el cielo,
apenas se alejó la muerte le dio alcance.
En horas como esas recuerdo que tú también pareces vivo
y elevo una oración por ambos y por todos.
Mañana la piedad del cielo dará entierro
a tanta confusión a un lado y otro de la tumba.
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