Cansado en su mirada,
no dejaba de moldear.
Eran sus manos centenarias,
su concubina
y la magia de su vals,
la codicia de los demonios
y la envidia de los dioses.
Mas él moldeaba.
Y la arcilla, los dedos, las palmas
se hacían y rehacían
en privativo placer.
¡Demonios y dioses!
hoy él ya no es él,
mas ella es ella…
es rituando y meciendo
las manos muertas del alfarero muerto.
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