Lentamente se hundía la luna en el firmamento aguado
aquella noche de un día de abril
y respiraban azules, los tulipanes en la vera del jardín.
Los recuerdos a mí cuerpo de lúgubre cieno;
traían tus caricias, que de los pétalos más tersos
hurtaron su textura.
Mimetizado entre tanta espesura de selva
adore por unos segundos ser árbol y roca
¿cómo no adorar ser árbol y roca?
al menos por esa noche. susurró la conciencia.
Dejaste, sin saberlo, en mis raíces; tu sabia.
Abrazaste candorosa mi superficie de roca
la eternidad ya no me pertenecía
cuando entre tus brazos me hice humano.
Y canto el ave que siempre canta
en la alborada. Voló la luciérnaga de la vía láctea
para posarse en tu mirada.
02/12/2010
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