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por Arrebola el cauce dormido hasta mi raíz somnolienta,
el dulce tañido de mi deslizado firmamento azul.
La noche, es sólo la noche de oscuridades ausentes.
La luna perpleja sonoros intentos en su pálida blancura
de dormida nitidez.
Aúllan los veranos en las noches de mi infancia,
como un sendero voluminoso de caobas ensueños.
Aquella vez te ví,
inmersa en el ocaso de las rosas,
pero sólo una acogió bermeja tu blancura de nieve.
Eran las huellas de un preludio que soñaba, más allá de los ángeles
y sombras,
más allá del dolor y las promesas,
más allá que
hoy.
Son solidarios los esfuerzos y el aroma celeste
de aquellos nupciales extravíos
de verano.
Y en aquellos insondables paraísos,
mi vida gira errante antes
y después
de ti.
Engendra el silencio campanas de formidables colores
eclipsando los patios de blancura gris.
Aquellos sigilos donde el mar me cautivaba con sus roces,
y aún sus huellas
me separan de ti.
Solo.
Pero en un no solitario sendero de quejumbre y respuestas veraniegas.
Arrincona la noche mi horizonte bravío y taciturno,
como una ola azabache contra las estrellas más lejanas.
Mi nocturna aridez
es el cautiverio de los bosques.
Y arándanos y sueños aún derrumban mi agua quieta,
y esa agua fluye en el tiempo
como una tempestad a la orilla del verano.
Puedo lanzar quejas azules
hacia los vergeles en las noches de ansia y desnudez.
Y como lámparas
mi incienso entre los matorrales augura
reclinados párpados
de un sueño
que alcanza mis talones.
Inmerso en la soledad.
Oh, bravía locura!
Oh, escombros de nieve!
Oh, ausencia!
Oh, noche solitaria!
Pero las gotas de oro de la luna besan en silencio
mis labios nocturnos,
y mi alma se aquieta
como un niño en su cuna.
En mi esperanza cantan praderas verdes y amarillas entre las flores,
los arbustos, y la espesura de los montes.
La frescura del sol en tus ojos de nieve
derraman la ausencia sobre mi firmamento azul.
el dulce tañido de mi deslizado firmamento azul.
La noche, es sólo la noche de oscuridades ausentes.
La luna perpleja sonoros intentos en su pálida blancura
de dormida nitidez.
Aúllan los veranos en las noches de mi infancia,
como un sendero voluminoso de caobas ensueños.
Aquella vez te ví,
inmersa en el ocaso de las rosas,
pero sólo una acogió bermeja tu blancura de nieve.
Eran las huellas de un preludio que soñaba, más allá de los ángeles
y sombras,
más allá del dolor y las promesas,
más allá que
hoy.
Son solidarios los esfuerzos y el aroma celeste
de aquellos nupciales extravíos
de verano.
Y en aquellos insondables paraísos,
mi vida gira errante antes
y después
de ti.
Engendra el silencio campanas de formidables colores
eclipsando los patios de blancura gris.
Aquellos sigilos donde el mar me cautivaba con sus roces,
y aún sus huellas
me separan de ti.
Solo.
Pero en un no solitario sendero de quejumbre y respuestas veraniegas.
Arrincona la noche mi horizonte bravío y taciturno,
como una ola azabache contra las estrellas más lejanas.
Mi nocturna aridez
es el cautiverio de los bosques.
Y arándanos y sueños aún derrumban mi agua quieta,
y esa agua fluye en el tiempo
como una tempestad a la orilla del verano.
Puedo lanzar quejas azules
hacia los vergeles en las noches de ansia y desnudez.
Y como lámparas
mi incienso entre los matorrales augura
reclinados párpados
de un sueño
que alcanza mis talones.
Inmerso en la soledad.
Oh, bravía locura!
Oh, escombros de nieve!
Oh, ausencia!
Oh, noche solitaria!
Pero las gotas de oro de la luna besan en silencio
mis labios nocturnos,
y mi alma se aquieta
como un niño en su cuna.
En mi esperanza cantan praderas verdes y amarillas entre las flores,
los arbustos, y la espesura de los montes.
La frescura del sol en tus ojos de nieve
derraman la ausencia sobre mi firmamento azul.
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