Parecían divinos,
de lo fino que hilaban,
entrelazando palabras
y estrellas lejanas
con primoroso versar.
Poetas del cielo
y centellas del tiempo.
Ellos eran los ríos
que hablaban del mar.
Parecían divinos,
de tanto que amaban.
En el alma dejaban
el sabor de los besos
y un surco al pasar.
Creadores de sueños
y de puentes inmensos
para salvar soledades
del aislamiento mortal.
Hoy la Tierra los llama,
con dolores de parto,
en la hora temprana
de un nuevo despertar.
Ellos son la esperanza
que toca en las puertas.
Los mansos guerreros
de la clara mañana
y de una era de libertad.
G.S.A.
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