La vieja dama
Tiene ese aspecto de piedad a gritos,
de frasco de los dulces ya vacío,
de campos sin arar, de muerto ilustre,
de tiempo sin reloj ni campanario.
Tiene la forma que las olas ya borraron,
que el viento sacudió de cada árbol,
que el vino no logró escanciar en sueños,
que vaga entre una estatua y un martillo.
Quiere alcanzar la estrella que no tiene,
de la que tiene en su interior nunca se entera,
galopa por ciudades como un ángel
que vende su ilusión por los palacios.
Parece un elixir de viejos magos,
sin fórmula ni acción sobre el destino,
cabalga en soledad como una rana
que no leyó ni un cuento ni un informe.
No espera la verdad ni el laberinto,
camina sin crueldad por los portales
y mira amanecer sobre sus sienes
con una terquedad que la enamora.
Recuerda alguna vez lo que fue el oro
y el cielo y la belleza y los mortales,
y el hombre que la amó sin condiciones
antes de que ella se pusiera un precio fijo
y echara a repartir su piel al aire.
No olvida una canción, una no escrita,
que salva la ilusión, que atiza el fuego,
que acaba solamente si te mueres
y que los marineros confundieron con su orgasmo.
Precisa declarar que ama ser libre,
que un hombre la forzó al cumplir los nueve,
que era su padre aunque ya no lo distingue
del abuelo y del vecino que también lo hicieron.
Que miente cada vez que lo recuerda,
que no hay explicación para el destino,
ni el puro ni el orfebre lo admitieron,
pero es sólo una flor seca la existencia,
una lápida grabada ya en los huesos,
un epitafio que los ojos descorrieron,
un cuerpo en que no hace falta más frontera,
ni noche ni ataúd que el simple olvido.
Es claro, la pasión que la devora
es otra que vender su piel por noche,
es otra que adular al mal amante
o rechazar al que aún insiste en convertirla en reina.
Es antes y es atrás que en ella habita
la llama de un vigor que no se encuentra
ni en los altares de la patria ni en los templos,
ni en los latidos del mejor de los humanos.
Amar, dice, tal vez amar es bueno,
y echar a volar sueños y delfines
y en el mundo ver crecer un fruto tuyo,
un ángel en forma de niño o de niña,
amar, dice y suspira, no se sabe
de otra fuente que alimente lo que ha sido,
las guerras, las prisiones, los engaños,
los odios, el poder, las ironías,
la hazaña de vivir y ser mejores,
el precio del feliz y del petróleo.
La toma un niño entonces de la mano,
la tiende en la pradera de las flores,
regresa cada día hasta su tumba,
llora a su madre, o es ella que llora
muerta sin fin en un sueño que ya no se cumple,
sola sin fin en un llanto en el que ya ni ella existe
15 06 10
Tiene ese aspecto de piedad a gritos,
de frasco de los dulces ya vacío,
de campos sin arar, de muerto ilustre,
de tiempo sin reloj ni campanario.
Tiene la forma que las olas ya borraron,
que el viento sacudió de cada árbol,
que el vino no logró escanciar en sueños,
que vaga entre una estatua y un martillo.
Quiere alcanzar la estrella que no tiene,
de la que tiene en su interior nunca se entera,
galopa por ciudades como un ángel
que vende su ilusión por los palacios.
Parece un elixir de viejos magos,
sin fórmula ni acción sobre el destino,
cabalga en soledad como una rana
que no leyó ni un cuento ni un informe.
No espera la verdad ni el laberinto,
camina sin crueldad por los portales
y mira amanecer sobre sus sienes
con una terquedad que la enamora.
Recuerda alguna vez lo que fue el oro
y el cielo y la belleza y los mortales,
y el hombre que la amó sin condiciones
antes de que ella se pusiera un precio fijo
y echara a repartir su piel al aire.
No olvida una canción, una no escrita,
que salva la ilusión, que atiza el fuego,
que acaba solamente si te mueres
y que los marineros confundieron con su orgasmo.
Precisa declarar que ama ser libre,
que un hombre la forzó al cumplir los nueve,
que era su padre aunque ya no lo distingue
del abuelo y del vecino que también lo hicieron.
Que miente cada vez que lo recuerda,
que no hay explicación para el destino,
ni el puro ni el orfebre lo admitieron,
pero es sólo una flor seca la existencia,
una lápida grabada ya en los huesos,
un epitafio que los ojos descorrieron,
un cuerpo en que no hace falta más frontera,
ni noche ni ataúd que el simple olvido.
Es claro, la pasión que la devora
es otra que vender su piel por noche,
es otra que adular al mal amante
o rechazar al que aún insiste en convertirla en reina.
Es antes y es atrás que en ella habita
la llama de un vigor que no se encuentra
ni en los altares de la patria ni en los templos,
ni en los latidos del mejor de los humanos.
Amar, dice, tal vez amar es bueno,
y echar a volar sueños y delfines
y en el mundo ver crecer un fruto tuyo,
un ángel en forma de niño o de niña,
amar, dice y suspira, no se sabe
de otra fuente que alimente lo que ha sido,
las guerras, las prisiones, los engaños,
los odios, el poder, las ironías,
la hazaña de vivir y ser mejores,
el precio del feliz y del petróleo.
La toma un niño entonces de la mano,
la tiende en la pradera de las flores,
regresa cada día hasta su tumba,
llora a su madre, o es ella que llora
muerta sin fin en un sueño que ya no se cumple,
sola sin fin en un llanto en el que ya ni ella existe
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