al acariciar mi cuerpo,
por convertirme en tu amparo furtivo.
Por el bufón de tu brazo derecho,
que me enclaustró en él
las medias semanas compartidas,
dispuesto a protegerme al dormir.
Porque me regalabas a Venus
aún a sabiendas de que no era tuya.
Porque cuidabas tu cuerpo para mí,
y porque me asesinaban tus ojos de miel.
Porque cocinabas mis dolores
y te los comías;
sólo para no verme sufrir.
Me gustas, Groove, sí.
Porque me enseñas las melodías
de un toro arruinado
que camina a su paso,
envistiendo todo lo que ve fuera de lugar,
con la humildad de un condenado.
Me gustabas desnudos los dos,
en tu cama o en la mía,
conversando entre bocanadas de humo,
y copas de licor.
Porque desvistes aún mis amarguras
incitándome con locura a la morada de tu piel;
evadiéndome de mí.
Porque me encantan las excusas
y explicaciones absurdas
que das a todos los que te preguntan por mí.
Por tu cabellera larga y preciosa rozando mi cuerpo
con desenfrenada ternura y pasión.
Por tus canas ocultas, teñidas por y para mí.
Por el monje que habita en tu pecho de hombre,
que me consoló y refugió en página tras página,
mientras leía la concordia para mí.
Yo te escogí, porque violaste mis acordes y tempos
y jugabas conmigo a tocar el piano;
por la cantidad de veces que me hiciste el amor sobre él
hasta trazarme inmortal, como un Botticelli tatuado en tu regazo.
Me gustabas los dos en Birosca Carioca,
compartiendo con tus amigos o los míos
litros de caipirinha con sabor a Hard Rock.
Porque tocabas la batería o la flauta en la tarima,
para que yo pudiera recitar mis bastardas poesías;
porque confiaste en mi plectro y vocación.
Por tu oído absoluto, tus gustos idénticos a los míos,
por ser el complemento de mi piel.
Porque admiro tus manos de albañil;
al hombre que labora con empeño
y sin miedo a ejecutar cualquier misión.
Por tus besos prestados, tus mentiras,
tus crisis existenciales y de por vida, que tanto te unían a mí.
Por la humildad que mantuviste al mostrarme tus cicatrices.
Por el brío de caballero de capa y espada,
de escudo y sedas victorianas que inspiras;
por haber confiado en mí.
Yo te escogí porque eres mi peor vicio,
la dulce heroína de mis noches y días,
de mis pensamientos y mis carnales deseos.
Porque fuiste el único que supo actuar.
El único que me hizo callar; sin soberbias,
sin amarguras... Porque me deje llevar,
siendo entrega de una mujer devorada
por tu carácter; por tu cuerpo; por ti.
Me gustabas con las llaves de mi hogar;
tus llegadas repentinas e inesperadas
a la fiesta de mí.
Yo te escogí, porque tú fuiste el único que pisó mi morada
para refugiarse en mí...
Siniestra Nostram.
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