CAPÍTULO CUARTO.
Beelzebufo, mi ilustre jefecito, es un demonio antiguo. De mirada penetrante como la de un cuervo rapaz y sonrisa desenfadada. Es muy inteligente, aunque carece de sentido del humor y la palabra piedad nunca la ha conocido.
Yo suelo acompañarlo en sus encomiendas puntuales, muchas de ellas ordenadas por el amo oscuro en persona
Para efectos de ésta narración sentaremos el nombre de “Satanás”, pues pese a que es un manoseado estereotipo sobre su naturaleza e identidad resulta fácil de retener en la memoria de mis ingenuos -Y poco afortunados- lectores.
Cuándo Beelzebufo y yo nos vamos en misión siempre tenemos la oportunidad de atravesar los hemisferios infernales, que no son otra cosa que el lugar donde van las almas condenadas
Deambular por ese lugar es siempre, para mí, desagradable. El nivel de abandono de los infelices condenados, la vorágine de crueldad y sadismo extremo, y el inenarrable ambiente flamígero plagado de lamentaciones sofocadas por las risas de los “demonios carceleros”, transforman la observación de dicho sitio en una inevitable experiencia truculenta
Claro que Beelzebufo disfruta dicho entorno, y no es extraño que se desvíe a las “salas de juego”, o sea los lugares de diversión de los demonios carceleros: Dónde la tortura más original y cruel es premiada.
Yo estoy orgulloso de ser un demonio, pero en el fondo de mí algo rechaza este tipo de comportamientos
Beelzebufo, mi ilustre jefecito, es un demonio antiguo. De mirada penetrante como la de un cuervo rapaz y sonrisa desenfadada. Es muy inteligente, aunque carece de sentido del humor y la palabra piedad nunca la ha conocido.
Yo suelo acompañarlo en sus encomiendas puntuales, muchas de ellas ordenadas por el amo oscuro en persona
Para efectos de ésta narración sentaremos el nombre de “Satanás”, pues pese a que es un manoseado estereotipo sobre su naturaleza e identidad resulta fácil de retener en la memoria de mis ingenuos -Y poco afortunados- lectores.
Cuándo Beelzebufo y yo nos vamos en misión siempre tenemos la oportunidad de atravesar los hemisferios infernales, que no son otra cosa que el lugar donde van las almas condenadas
Deambular por ese lugar es siempre, para mí, desagradable. El nivel de abandono de los infelices condenados, la vorágine de crueldad y sadismo extremo, y el inenarrable ambiente flamígero plagado de lamentaciones sofocadas por las risas de los “demonios carceleros”, transforman la observación de dicho sitio en una inevitable experiencia truculenta
Claro que Beelzebufo disfruta dicho entorno, y no es extraño que se desvíe a las “salas de juego”, o sea los lugares de diversión de los demonios carceleros: Dónde la tortura más original y cruel es premiada.
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