La intermitencia ha cesado...
muerte ha en contrado
ahora el desamor.
Cuántas odas he soñado
sobre los hilos y las grietas,
de cuanto hombre ha avivado
(infecto el ego, maquinado)
la llama de los que esperan,
en un inquieto intervalo
la paz de esta funesta
y titilante tierra
que aún no me ha desencantado.
oh! tantos sacrificios,
líneas pulcras, desencontradas
con la facultad heredada
de quienes a verte
no nos preparan,
pidiendo un respiro
para hallar tu razón.
muerte piensa, despechada...
(sabe que semejante empresa
la tiene al odio encomendada)
y es que a mi luego
otorgaste un dulce juego,
casi el de imitarte
(pero sin llegar a tocarte)
es que, Maestro mío,
(en mayúsculas vestido),
no soy capaz de ignorarte
sin que una sola nota,
(como en ese cello imperfecto,
en mí, valiente, se calcase.
pero ahora debo al cielo
(lo sé, casi falaz, Maestro)
gritar enbravecido,
a causa de este apuro,
que me lleva aturdido.
gritar... ¡oh que funesto,
cliché del destino
en que me vi envuelto,
al verte en recuerdos,
y como en tantos martirios!
muerte duda de nuevo,
resiente la marcha,
pero no puede negarse.
aviva su fuero,
tiende sus manos desnudas...
y sintiendo el calor de las suyas, Maestro,
lo lleva, extrañada,
por ese calor al pricipio,
luego por el saber incierto
de sentirse adueñada
de botín semejante...
muerte está desencantada.
muerte ha en contrado
ahora el desamor.
Cuántas odas he soñado
sobre los hilos y las grietas,
de cuanto hombre ha avivado
(infecto el ego, maquinado)
la llama de los que esperan,
en un inquieto intervalo
la paz de esta funesta
y titilante tierra
que aún no me ha desencantado.
oh! tantos sacrificios,
líneas pulcras, desencontradas
con la facultad heredada
de quienes a verte
no nos preparan,
pidiendo un respiro
para hallar tu razón.
muerte piensa, despechada...
(sabe que semejante empresa
la tiene al odio encomendada)
y es que a mi luego
otorgaste un dulce juego,
casi el de imitarte
(pero sin llegar a tocarte)
es que, Maestro mío,
(en mayúsculas vestido),
no soy capaz de ignorarte
sin que una sola nota,
(como en ese cello imperfecto,
en mí, valiente, se calcase.
pero ahora debo al cielo
(lo sé, casi falaz, Maestro)
gritar enbravecido,
a causa de este apuro,
que me lleva aturdido.
gritar... ¡oh que funesto,
cliché del destino
en que me vi envuelto,
al verte en recuerdos,
y como en tantos martirios!
muerte duda de nuevo,
resiente la marcha,
pero no puede negarse.
aviva su fuero,
tiende sus manos desnudas...
y sintiendo el calor de las suyas, Maestro,
lo lleva, extrañada,
por ese calor al pricipio,
luego por el saber incierto
de sentirse adueñada
de botín semejante...
muerte está desencantada.
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