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por Oscar64 Vie Jun 25, 2010 12:14 amLa visión
Nadie publicó su poesía
pero eso no detuvo la mañana ni la noche
ni las manos que violaron niños dulces
ni los témpanos aguados por el cambio de su clima.
Muchos murieron en sus mismas condiciones,
anónimos, videntes, testigos del marasmo,
y enamorados hasta desangrarse de esta vida que los ignoraba.
Eran caballos que cruzaron mares,
obreros que agitaron los átomos del fuego,
bellísimas doncellas casadas con la muerte
y madres de unos ángeles que no aprobaron el liceo.
Otros en cambio latieron con alarde,
con becas, con imprentas, con pistolas de mil lenguas,
y ataron sus discursos a un árbol vuelto libro,
a un cielo mal tallado por aviones grises,
a una historia que sólo así concatenó su derrotero.
Fue su verdad la verdad que me inculcaron,
no había cupo para el gran desconocido,
para millones y millones de cuerpos derrotados,
de mártires sin tumba ni lápida en la hoguera.
Ni yo los vi, creí estar solo,
creí que descubría el hilo negro,
y alcé mi grito sin saber que lo que alzaba
era otro grito ya alentado por mil hombres.
Cuánto diera por saber qué consiguieron:
si cama, si timón, si algún cohete a la conciencia,
o simplemente un gran mantel en que la cena fue de todos,
incluso de ninguno pues los nombres se olvidaron.
Cuánto no diera por oir su canto,
por poner en cada oreja las estrofas de su triunfo,
pues aunque el tiempo y su derrumbe los borraron,
sé que ellos sobreviven en la ausencia de la estrella,
en el camión que ya cargó su leña,
su leche, los peces, las manzanas de la fiesta,
en el balcón en que una rosa espera
para abrir su corazón al beso del amado.
No es de ninguno este jardín que se divisa,
pero es de todos el perfume de su aurora.
Por eso sé que nadie es triste ni está sin fin vencido,
porque en el sol que nace todos vamos
a recobrar cada día las canciones del futuro.
04 04 10
Nadie publicó su poesía
pero eso no detuvo la mañana ni la noche
ni las manos que violaron niños dulces
ni los témpanos aguados por el cambio de su clima.
Muchos murieron en sus mismas condiciones,
anónimos, videntes, testigos del marasmo,
y enamorados hasta desangrarse de esta vida que los ignoraba.
Eran caballos que cruzaron mares,
obreros que agitaron los átomos del fuego,
bellísimas doncellas casadas con la muerte
y madres de unos ángeles que no aprobaron el liceo.
Otros en cambio latieron con alarde,
con becas, con imprentas, con pistolas de mil lenguas,
y ataron sus discursos a un árbol vuelto libro,
a un cielo mal tallado por aviones grises,
a una historia que sólo así concatenó su derrotero.
Fue su verdad la verdad que me inculcaron,
no había cupo para el gran desconocido,
para millones y millones de cuerpos derrotados,
de mártires sin tumba ni lápida en la hoguera.
Ni yo los vi, creí estar solo,
creí que descubría el hilo negro,
y alcé mi grito sin saber que lo que alzaba
era otro grito ya alentado por mil hombres.
Cuánto diera por saber qué consiguieron:
si cama, si timón, si algún cohete a la conciencia,
o simplemente un gran mantel en que la cena fue de todos,
incluso de ninguno pues los nombres se olvidaron.
Cuánto no diera por oir su canto,
por poner en cada oreja las estrofas de su triunfo,
pues aunque el tiempo y su derrumbe los borraron,
sé que ellos sobreviven en la ausencia de la estrella,
en el camión que ya cargó su leña,
su leche, los peces, las manzanas de la fiesta,
en el balcón en que una rosa espera
para abrir su corazón al beso del amado.
No es de ninguno este jardín que se divisa,
pero es de todos el perfume de su aurora.
Por eso sé que nadie es triste ni está sin fin vencido,
porque en el sol que nace todos vamos
a recobrar cada día las canciones del futuro.
04 04 10
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