Estaba soñando,
era ese sueño del insomnio,
el que empieza
cuando el sol aparece
detrás de las montañas,
anunciando la alborada.
Fue un sueño pesado primero,
luego, al acercarse el mediodía,
se tornó liviano,
poblado de sueños.
Soñaba que escribía
un poema acerca de esa navidad
tan memorable en mi niñez.
Estábamos en Temuco,
capital de la Araucanía.
Ese año vino mi tío Enrique
con su recién desposada mujer.
El árbol de pascua,
era un portento enorme,
un pino traído del Ñielol
El mismo Ñielol del tratado de paz
entre el pueblo araucano y el gobierno chileno.
En el pino colgaban
frutas, chocolates y caramelos
entre Ángeles dorados,
el plateado lucero de la Anunciación
entre guirnaldas multicolores
entre copos de nieve de algodón.
Más todos los adornos
que en meses de invierno hicimos
alrededor de una mesa
custodiados por la abuela.
Un enorme barril desbordaba
de panes de pascua hechos en casa.
También un canasto desbordaba
de galletas y dulces varios.
Sobre una mesa estaban
el cola de mono,
el clery de chirimoya,
el vino tinto con frutillas
en paciente espera
del principio de la fiesta.
El pavo se asaba en el horno
para ser luego acompañado
de ensaladas varias
y papas doradas.
También estaba el consomé de pollo
que con guapo huevo y cilantro
que en tazas se serviría.
La entrada jamón seria
con media palta rellena
adornada con mayonesa
una negra aceituna orgullosa
encima se sentaría.
Ensalada de apio
en risueños rizos que
alrededor jugarían.
El postre hizo mi tía Nelly.
El mismo postre
que cada navidad u ocasión importante
a mis hijos les he hecho
para mi propio deleite y
el deleite de mi hermano Carlos.
Una capa de galletas de champaña
rociadas de mucho ron
una capa de bananas y piña en lata
otra de crema amarilla
la que se llama crema inglesa.
Así seguirían las capas hasta la fuente llenar.
Después se batirían
claras de huevo y azúcar flor
hasta que duras nubes quedaran
para coronar el pastel.
Al horno este se iba
hasta dorado quedar
en el refrigerador reposaría
hasta la hora señalada en que
postre y café se anunciarán.
Terminada la preparación
de tan rico postre
los primos y yo nos peleábamos
por los restos de esa crema amarilla
que tanto nos deleitaba.
Mi papá, que era dibujante en el Diario Austral,
hizo un gran cometa con flameante cola,
un lucero de la mañana y los magos
que en camino al pesebre se acercaban.
Este todo anunciando la llegada del Señor.
El tío Alberto de viejo pascuero se vistió.
Papa Noel se sentó a cenar con nosotros,
vaya maravilla la que hubo
en la mesa de los niños.
Villancicos se escuchaban
como fondo a la conversación
mientras esperando se estaba
la llegada de la hora.
A las doce de la noche
el viejo pascuero
la gran bolsa tomaba,
de ella salían paquetes coloridos
con cintas y papeles
que les vestían de fiesta.
Finalmente me llamó,
no era un paquete grande,
para mi gran desilusión.
Entre paréntesis les cuento,
eran los tiempos de Gath & Chávez
el gran emporio importador
que a la sociedad chilena escandalizó
exhibiendo el Cristo en tan mala posición
que Dalí pintó. Lo digo porque lo recuerdo.
Allí mi paquete se originó
Esperar hasta la mañana
para abrir nuestros paquetes,
a dormir nos enviaron,
sin admitir discusión.
Esperar hasta la mañana,
que larga espera,
aliviada por el sueño reparador
que pasada la medianoche
allí mismo nos cogió.
Veinticinco en la mañana,
apresurados el desayuno tomamos.
Encima del mesón de la cocina
yacían copas y vasos,
restos de cola de mono,
el Bailey de aquellos tiempos.
Versión criolla
hecha con aguardiente de uvas
café, leche y azúcar,
que explica a conciencia mí
gran debilidad por la crema
de whisky irlandesa que lucho
por no comprar.
Silenciosa, entre la algarabía
de los regalos que se abrían,
me deslicé por la gran escala
para, en la puerta de la casa,
sentada en el alfeizar,
mi pequeño paquete abrir.
Sintiendo que fui buena niña
que en la escuela se esforzó
no entendía lo pequeño de mi regalo.
El pequeño paquete abrí
OH, sorpresa!
una pequeña ardilla de marrón color
con gran cola suave y fina,
en su bajo vientre tenia
una pequeña llave.
Le di vueltas y vueltas hasta
que ya no se volvió.
En el piso la puse.
Extasiada contemplé
como la ardilla, paso a paso
saltito a saltito, se movió.
Era una ardilla como
esas que en la rubia Albión
bajaban de los árboles
para cruzar afanadas
a dejar el fruto
que luego las alimentaba.
Siempre las contemplé
recordando
la ardilla de mi niñez.
Absorta ante tanta maravilla
no reparé en quien conmigo
compartía esa alegría.
Súbitamente,
palabras en idioma extraño
escuché, levanté la mirada.
Era una mujer araucana
vestida en plena regalia mapuche,
también ella celebraba.
Deleitada ella me hablaba.
su idioma no entendí.
Más era claro,
ambas embelesadas estábamos.
Nos sonreímos mirándonos a los ojos.
Éramos una, una sola alma
alojada en nuestros dos cuerpos
mirándose así misma en los ojos de la otra.
Allí nació mi amor
por mi pueblo hermano.
Así es, empecé con la navidad,
pagana celebración,
mencioné el nacimiento del Cristo amado
para terminar con el Amor
por mi pueblo araucano.
Otro día les contaré
acerca de otro encuentro
con nuestro pueblo originario.
era ese sueño del insomnio,
el que empieza
cuando el sol aparece
detrás de las montañas,
anunciando la alborada.
Fue un sueño pesado primero,
luego, al acercarse el mediodía,
se tornó liviano,
poblado de sueños.
Soñaba que escribía
un poema acerca de esa navidad
tan memorable en mi niñez.
Estábamos en Temuco,
capital de la Araucanía.
Ese año vino mi tío Enrique
con su recién desposada mujer.
El árbol de pascua,
era un portento enorme,
un pino traído del Ñielol
El mismo Ñielol del tratado de paz
entre el pueblo araucano y el gobierno chileno.
En el pino colgaban
frutas, chocolates y caramelos
entre Ángeles dorados,
el plateado lucero de la Anunciación
entre guirnaldas multicolores
entre copos de nieve de algodón.
Más todos los adornos
que en meses de invierno hicimos
alrededor de una mesa
custodiados por la abuela.
Un enorme barril desbordaba
de panes de pascua hechos en casa.
También un canasto desbordaba
de galletas y dulces varios.
Sobre una mesa estaban
el cola de mono,
el clery de chirimoya,
el vino tinto con frutillas
en paciente espera
del principio de la fiesta.
El pavo se asaba en el horno
para ser luego acompañado
de ensaladas varias
y papas doradas.
También estaba el consomé de pollo
que con guapo huevo y cilantro
que en tazas se serviría.
La entrada jamón seria
con media palta rellena
adornada con mayonesa
una negra aceituna orgullosa
encima se sentaría.
Ensalada de apio
en risueños rizos que
alrededor jugarían.
El postre hizo mi tía Nelly.
El mismo postre
que cada navidad u ocasión importante
a mis hijos les he hecho
para mi propio deleite y
el deleite de mi hermano Carlos.
Una capa de galletas de champaña
rociadas de mucho ron
una capa de bananas y piña en lata
otra de crema amarilla
la que se llama crema inglesa.
Así seguirían las capas hasta la fuente llenar.
Después se batirían
claras de huevo y azúcar flor
hasta que duras nubes quedaran
para coronar el pastel.
Al horno este se iba
hasta dorado quedar
en el refrigerador reposaría
hasta la hora señalada en que
postre y café se anunciarán.
Terminada la preparación
de tan rico postre
los primos y yo nos peleábamos
por los restos de esa crema amarilla
que tanto nos deleitaba.
Mi papá, que era dibujante en el Diario Austral,
hizo un gran cometa con flameante cola,
un lucero de la mañana y los magos
que en camino al pesebre se acercaban.
Este todo anunciando la llegada del Señor.
El tío Alberto de viejo pascuero se vistió.
Papa Noel se sentó a cenar con nosotros,
vaya maravilla la que hubo
en la mesa de los niños.
Villancicos se escuchaban
como fondo a la conversación
mientras esperando se estaba
la llegada de la hora.
A las doce de la noche
el viejo pascuero
la gran bolsa tomaba,
de ella salían paquetes coloridos
con cintas y papeles
que les vestían de fiesta.
Finalmente me llamó,
no era un paquete grande,
para mi gran desilusión.
Entre paréntesis les cuento,
eran los tiempos de Gath & Chávez
el gran emporio importador
que a la sociedad chilena escandalizó
exhibiendo el Cristo en tan mala posición
que Dalí pintó. Lo digo porque lo recuerdo.
Allí mi paquete se originó
Esperar hasta la mañana
para abrir nuestros paquetes,
a dormir nos enviaron,
sin admitir discusión.
Esperar hasta la mañana,
que larga espera,
aliviada por el sueño reparador
que pasada la medianoche
allí mismo nos cogió.
Veinticinco en la mañana,
apresurados el desayuno tomamos.
Encima del mesón de la cocina
yacían copas y vasos,
restos de cola de mono,
el Bailey de aquellos tiempos.
Versión criolla
hecha con aguardiente de uvas
café, leche y azúcar,
que explica a conciencia mí
gran debilidad por la crema
de whisky irlandesa que lucho
por no comprar.
Silenciosa, entre la algarabía
de los regalos que se abrían,
me deslicé por la gran escala
para, en la puerta de la casa,
sentada en el alfeizar,
mi pequeño paquete abrir.
Sintiendo que fui buena niña
que en la escuela se esforzó
no entendía lo pequeño de mi regalo.
El pequeño paquete abrí
OH, sorpresa!
una pequeña ardilla de marrón color
con gran cola suave y fina,
en su bajo vientre tenia
una pequeña llave.
Le di vueltas y vueltas hasta
que ya no se volvió.
En el piso la puse.
Extasiada contemplé
como la ardilla, paso a paso
saltito a saltito, se movió.
Era una ardilla como
esas que en la rubia Albión
bajaban de los árboles
para cruzar afanadas
a dejar el fruto
que luego las alimentaba.
Siempre las contemplé
recordando
la ardilla de mi niñez.
Absorta ante tanta maravilla
no reparé en quien conmigo
compartía esa alegría.
Súbitamente,
palabras en idioma extraño
escuché, levanté la mirada.
Era una mujer araucana
vestida en plena regalia mapuche,
también ella celebraba.
Deleitada ella me hablaba.
su idioma no entendí.
Más era claro,
ambas embelesadas estábamos.
Nos sonreímos mirándonos a los ojos.
Éramos una, una sola alma
alojada en nuestros dos cuerpos
mirándose así misma en los ojos de la otra.
Allí nació mi amor
por mi pueblo hermano.
Así es, empecé con la navidad,
pagana celebración,
mencioné el nacimiento del Cristo amado
para terminar con el Amor
por mi pueblo araucano.
Otro día les contaré
acerca de otro encuentro
con nuestro pueblo originario.
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