y melodiosos cantos de Sirenas
se abrió aquel puño prieto,
sin ofrecer ninguna resistencia.
Los símbolos cayeron en la nieve,
igual que en el asfalto las estatuas,
y un cuchillo de hielo
cercenó nuevamente la esperanza.
Igual que la primera y la segunda,
la tercera intentona fracasó.
Y de nuevo,
por desidia burócrata y cobarde;
muy cerca de la gloria prometida,
retrocedió la masa,
a su cubil de bestia
sometida.
¡No insistas Espartaco!
Porque al esclavo todavía le siguen
gustando sus cadenas.
Recaredo.
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