Me urge…
(Para Andrea…)
Me urge, pintar, con colores ambarinos
el cuarto, de otoño de tu pelo:
robarme ciertas bocas, de labio, ultramarinos
y reír hacia el salobre azahar desde tu anhelo…
Me urge, -me es indispensable- un solo vuelo
que con tus alas pinte el mar, de verdes clámides,
atesar el vano ardor, que libas con mi anzuelo
y en tu rojo pudor, solombres verdes cúspides…
Me canta, -no me destaca aún solas botellas,-
de un rostro lascivo entre penínsulas,
me evade aún, mi pluma, con mis máculas
el rojo centro de estupor, el vuelo noble, que destellas…
Me priva: -no me trasunta- me acobarda y me querella
la sombra tenue que ha de morir entre mi fábula!
La lóbrega sal de tu centella. Que me deambula
por pasillos de cristal, ó de rocío, amanecer y estrella…
Me asombra, la lentitud del claro,
un atropello de oro, una gaviota lunar en sombra,
un lento cristal, una nube de faro;
un raro ademán, que el cuadro te ilumine: alumbra
tu rostro al cautiverio de una poma,
una lengua de miel, un hechizo de palabras
un rostro, que al cincel, escude roma
la mirada del clavel: de tus almendras…
Me hace brisa, -la noche- en su solo clavel
que te ilumina cual incesto, cual paloma de laurel:
cual rostro tenso entre miradas de papel
de tu agonía en la flor, en el clavel…
Que por demás sucumbe entre mis dedos,
entre palabras de tenor ya no franqueado
un labio, con el hedor del claro, de la bruma,
que mi boca entierra en un costado, de tus miedos…
Me roba, me roba un solo hechizo de tu huella,
la pordiosera bruma, que va cantando aquélla,
lóbrega, sutil, y comandante sol, de sol y estrella:
Aquélla mariposa que aclara al ruiseñor de tu doncella:
Aquél verso enamorado que en horas no te empella,
para vestir doncella… Y claros soles pueda,
sonreír en la alameda, de tus pacientes söles,
en brumas y amores, pintándote el color, de aquélla…
Para franquear la luna. Aquella rosa insiste,
-tu vulnerable prado- para reír, te embiste…
Para soñar la luna. Aquella promesa es vulnerada
como el costado más distante, elogio de las hadas…
(Para Andrea…)
Me urge, pintar, con colores ambarinos
el cuarto, de otoño de tu pelo:
robarme ciertas bocas, de labio, ultramarinos
y reír hacia el salobre azahar desde tu anhelo…
Me urge, -me es indispensable- un solo vuelo
que con tus alas pinte el mar, de verdes clámides,
atesar el vano ardor, que libas con mi anzuelo
y en tu rojo pudor, solombres verdes cúspides…
Me canta, -no me destaca aún solas botellas,-
de un rostro lascivo entre penínsulas,
me evade aún, mi pluma, con mis máculas
el rojo centro de estupor, el vuelo noble, que destellas…
Me priva: -no me trasunta- me acobarda y me querella
la sombra tenue que ha de morir entre mi fábula!
La lóbrega sal de tu centella. Que me deambula
por pasillos de cristal, ó de rocío, amanecer y estrella…
Me asombra, la lentitud del claro,
un atropello de oro, una gaviota lunar en sombra,
un lento cristal, una nube de faro;
un raro ademán, que el cuadro te ilumine: alumbra
tu rostro al cautiverio de una poma,
una lengua de miel, un hechizo de palabras
un rostro, que al cincel, escude roma
la mirada del clavel: de tus almendras…
Me hace brisa, -la noche- en su solo clavel
que te ilumina cual incesto, cual paloma de laurel:
cual rostro tenso entre miradas de papel
de tu agonía en la flor, en el clavel…
Que por demás sucumbe entre mis dedos,
entre palabras de tenor ya no franqueado
un labio, con el hedor del claro, de la bruma,
que mi boca entierra en un costado, de tus miedos…
Me roba, me roba un solo hechizo de tu huella,
la pordiosera bruma, que va cantando aquélla,
lóbrega, sutil, y comandante sol, de sol y estrella:
Aquélla mariposa que aclara al ruiseñor de tu doncella:
Aquél verso enamorado que en horas no te empella,
para vestir doncella… Y claros soles pueda,
sonreír en la alameda, de tus pacientes söles,
en brumas y amores, pintándote el color, de aquélla…
Para franquear la luna. Aquella rosa insiste,
-tu vulnerable prado- para reír, te embiste…
Para soñar la luna. Aquella promesa es vulnerada
como el costado más distante, elogio de las hadas…
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