Rojo hielo
Rojo hielo, de luz, entre tu boca
de roja flor hendida a tu fragancia,
en otro espasmo seco, sombra poca
ya del declive manto de tu ansia…
De roja flor, de rosa, de septiembre
de boca inmersa en parangón, tu risa
de esotra luna ligera en tu cornisa,
ya del blasón que escude tu curtiembre…
Rojo de anhelo, ya la efusión de aquél albor
y ya sombrío: la luna enclenque de la voz
y tu amorío, la sombra hesperia del amor,
y tu amor frío, ya la panoja del adiós
tu risa en el estío… Fragancia, acecho,
vitupera tu baluarte; escoge de las mieles
tu dócil tramo al sol, desde tu pecho,
fragancia sin el ósculo maltrecho… hieles.
Canción eterna, de voz tan pronunciada,
en el ojo del imán, de la mar, apresurada
en el lienzo de tu flor, de la flor anidada,
en el cobalto del adiós, enrostra perfumada…
El mar que me insinúa, ya casto, polvareda
de rocío entre la nïebla, del océano,
de tu sombra de entre el mar en otro médano
junto a las cercas de la flor, de tu arboleda…
Existe. Entorna mi silencio tras la ruina
de la distancia del silencio y de la mina
al oro tenue que del mar, del amoroso
y risueño casto albor, meticuloso,
pondera hierbas entre salmos, y en espumas,
ya la victoria de su luz, espira sumas…
Mi verde cópula del viento azul recrea,
ya la consigna de este amor, que no es pelea…
Al rojo ardor, la cumbre, distanciado,
ya no descubre macilento, su perjuicio:
el otro sol, el otro: el de su juicio
ya de la arteria de mi voz, y mi pasado…
Mi sol adquiere nombre circunspecto
ya de la huida de la noche, ensimismado,
que tarda un bueye de la sombra, y un defecto
de la marëa que me nombra, esperanzado…
Mi sol desiste ante lo firme del crepúsculo,
y devora las sombras macilentas,
mi sol llanero, ubicuo tarda contra cientas
ardores, brumas, de semánticas, y un ósculo…
Mi voz me priva del sainete, que dispara
ya la bermeja hora asidua en llamarada:
desde el adentro de tu jungla lacerada,
hasta el destello de lo frío, de mi cara…
Mi roto amor, endurece su llamado,
hasta la épica labor, de un poeta noble
por el descaro de mi sorda voz, que nieble
todo el letrado cejijunto mar amado…
Caduco un verso en la espuma de mi risa,
otëa un páramo de sombra, libertades,
entre lo adusto de mi sombra, hay vuelta tiza
con el destello de mi voz, no me persuades…
Ardor y mella, del contino de mi párpado,
Ay! No me separa de la ruina, de mi prado…
Rojo hielo, de luz, entre tu boca
de roja flor hendida a tu fragancia,
en otro espasmo seco, sombra poca
ya del declive manto de tu ansia…
De roja flor, de rosa, de septiembre
de boca inmersa en parangón, tu risa
de esotra luna ligera en tu cornisa,
ya del blasón que escude tu curtiembre…
Rojo de anhelo, ya la efusión de aquél albor
y ya sombrío: la luna enclenque de la voz
y tu amorío, la sombra hesperia del amor,
y tu amor frío, ya la panoja del adiós
tu risa en el estío… Fragancia, acecho,
vitupera tu baluarte; escoge de las mieles
tu dócil tramo al sol, desde tu pecho,
fragancia sin el ósculo maltrecho… hieles.
Canción eterna, de voz tan pronunciada,
en el ojo del imán, de la mar, apresurada
en el lienzo de tu flor, de la flor anidada,
en el cobalto del adiós, enrostra perfumada…
El mar que me insinúa, ya casto, polvareda
de rocío entre la nïebla, del océano,
de tu sombra de entre el mar en otro médano
junto a las cercas de la flor, de tu arboleda…
Existe. Entorna mi silencio tras la ruina
de la distancia del silencio y de la mina
al oro tenue que del mar, del amoroso
y risueño casto albor, meticuloso,
pondera hierbas entre salmos, y en espumas,
ya la victoria de su luz, espira sumas…
Mi verde cópula del viento azul recrea,
ya la consigna de este amor, que no es pelea…
Al rojo ardor, la cumbre, distanciado,
ya no descubre macilento, su perjuicio:
el otro sol, el otro: el de su juicio
ya de la arteria de mi voz, y mi pasado…
Mi sol adquiere nombre circunspecto
ya de la huida de la noche, ensimismado,
que tarda un bueye de la sombra, y un defecto
de la marëa que me nombra, esperanzado…
Mi sol desiste ante lo firme del crepúsculo,
y devora las sombras macilentas,
mi sol llanero, ubicuo tarda contra cientas
ardores, brumas, de semánticas, y un ósculo…
Mi voz me priva del sainete, que dispara
ya la bermeja hora asidua en llamarada:
desde el adentro de tu jungla lacerada,
hasta el destello de lo frío, de mi cara…
Mi roto amor, endurece su llamado,
hasta la épica labor, de un poeta noble
por el descaro de mi sorda voz, que nieble
todo el letrado cejijunto mar amado…
Caduco un verso en la espuma de mi risa,
otëa un páramo de sombra, libertades,
entre lo adusto de mi sombra, hay vuelta tiza
con el destello de mi voz, no me persuades…
Ardor y mella, del contino de mi párpado,
Ay! No me separa de la ruina, de mi prado…
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