La pasión ciega
¿Acaso la pasión nos ciega,
nos cierra el porvenir, vuelve presente
el beso que te di y el que no he dado
y borra lo demás, mundo incluido?
¿Acaso hay alguien más que tú y nosotros,
cuando la gente parte rauda hacia sus casas
y sólo tú en las calles, en los montes,
en el mar te me desnudas y te bebo?
Mira aquel cuervo, cómo nos condena,
aquel obispo, cómo nos maldice,
mira al ministro, que debe ir a roncar a sus sesiones,
cómo nos envidia por ser simples, tan simples
como el pan de la alegría o las mañanas
llenas de llamaradas rojas en el aire.
Por suerte muchos tanto se aman cual nosotros,
muchos ya saben que sí, que nada existe
aparte del fervor de estos hallazgos,
de la erección fecunda y dulce de mi mástil
y del fragor aciago del naufragio victorioso.
Dos cuerpos aparecen en la arena del tiempo,
del espacio, de la muerte, pero ambos resucitan,
cobran nombre y entonces ya lo nunca visto
tiene dueños, las pupilas lo recrean,
los párpados descubren lo olfateado
y el paisaje se llena de ciegos que, felices,
apoyados uno en otro se regresan a su claro cielo.
La pasión cierra los ojos de la muerte,
abre los de la vida, que comienza
con el roce de dos cuerpos en que todo es infinito.
Ciego yo voy, es claro que no dudo,
ciego yo soy, y esta visión me basta
para iluminarme el alma y entre dos hacernos rumbo.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
25 10 14
¿Acaso la pasión nos ciega,
nos cierra el porvenir, vuelve presente
el beso que te di y el que no he dado
y borra lo demás, mundo incluido?
¿Acaso hay alguien más que tú y nosotros,
cuando la gente parte rauda hacia sus casas
y sólo tú en las calles, en los montes,
en el mar te me desnudas y te bebo?
Mira aquel cuervo, cómo nos condena,
aquel obispo, cómo nos maldice,
mira al ministro, que debe ir a roncar a sus sesiones,
cómo nos envidia por ser simples, tan simples
como el pan de la alegría o las mañanas
llenas de llamaradas rojas en el aire.
Por suerte muchos tanto se aman cual nosotros,
muchos ya saben que sí, que nada existe
aparte del fervor de estos hallazgos,
de la erección fecunda y dulce de mi mástil
y del fragor aciago del naufragio victorioso.
Dos cuerpos aparecen en la arena del tiempo,
del espacio, de la muerte, pero ambos resucitan,
cobran nombre y entonces ya lo nunca visto
tiene dueños, las pupilas lo recrean,
los párpados descubren lo olfateado
y el paisaje se llena de ciegos que, felices,
apoyados uno en otro se regresan a su claro cielo.
La pasión cierra los ojos de la muerte,
abre los de la vida, que comienza
con el roce de dos cuerpos en que todo es infinito.
Ciego yo voy, es claro que no dudo,
ciego yo soy, y esta visión me basta
para iluminarme el alma y entre dos hacernos rumbo.
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