La noche negra
Ya han muerto para mi todas las cosas,
las lágrimas que amé, porque eran tuyas,
las tardes cuyo nombre pronunciamos
como aquel creador que en siete días las forjara.
Ya han muerto para mi todas las aves,
esa cual luna, blanca y sin plumaje,
esa cual sol, dorada y sin más nido
que el viejo atardecer, flotando en pleno mar, como un ahogado.
También la que en las nubes se hizo lluvia
y en el viento una voz que en nuestro oído fuera trino,
la que voló tan lejos que cielo y tierra se fundieron
para esperar por ti, sin que ya nada cante ni tu ausencia.
Ya han muerto para mi todos los dones,
la vida que gané con tanta lucha,
la sombra que cubrí cono mi esqueleto más fecundo,
la huella de mi pie, que convertida en bosque de años
su fruto te entregó, para que de hambre no murieras.
Y sin embargo yo el combate pierdo,
las fuerzas de vivir, la gran sonrisa
con que cargué el dolor que nos entrega el remolino
y en cuya ventolera suele arder sólo el abismo.
Creí que te quedabas para siempre,
creí que te entendías con mi boca,
que mi camisa era tu piel y la tuya mi abrigo
y que desnudos más bien nada nos haría tener frío.
Pero perdí la voz, la apuesta, la sorpresa,
quedé mirando lejos sin saber que te perdía,
ese navío en fiesta, esas espumas a tu espalda
no fueron sino sal en este mar del hundimiento.
Ni estás ni volverás, ni siquiera yo mismo regreso,
y es tarde para obviar que el mundo sigue
y ya no habrá nueva razón de revivirlo.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
20 03 14
Ya han muerto para mi todas las cosas,
las lágrimas que amé, porque eran tuyas,
las tardes cuyo nombre pronunciamos
como aquel creador que en siete días las forjara.
Ya han muerto para mi todas las aves,
esa cual luna, blanca y sin plumaje,
esa cual sol, dorada y sin más nido
que el viejo atardecer, flotando en pleno mar, como un ahogado.
También la que en las nubes se hizo lluvia
y en el viento una voz que en nuestro oído fuera trino,
la que voló tan lejos que cielo y tierra se fundieron
para esperar por ti, sin que ya nada cante ni tu ausencia.
Ya han muerto para mi todos los dones,
la vida que gané con tanta lucha,
la sombra que cubrí cono mi esqueleto más fecundo,
la huella de mi pie, que convertida en bosque de años
su fruto te entregó, para que de hambre no murieras.
Y sin embargo yo el combate pierdo,
las fuerzas de vivir, la gran sonrisa
con que cargué el dolor que nos entrega el remolino
y en cuya ventolera suele arder sólo el abismo.
Creí que te quedabas para siempre,
creí que te entendías con mi boca,
que mi camisa era tu piel y la tuya mi abrigo
y que desnudos más bien nada nos haría tener frío.
Pero perdí la voz, la apuesta, la sorpresa,
quedé mirando lejos sin saber que te perdía,
ese navío en fiesta, esas espumas a tu espalda
no fueron sino sal en este mar del hundimiento.
Ni estás ni volverás, ni siquiera yo mismo regreso,
y es tarde para obviar que el mundo sigue
y ya no habrá nueva razón de revivirlo.
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20 03 14
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