El formulario
Como un simio aprendiendo sus primeras destrezas,
me levanto cada día, me peino y me sostengo
de pie en el vendaval de la vida moderna
–sólo la muerte es la misma y la misma de hace rato,
sólo la duda cabe de si antes de morir veré su rostro.
Sacudo mi Alcatraz, compro las flores del olvido
y en el panal del hombre muevo frases, dicto fórmulas
y abrazo una ración de pan silvestre y puro, pero extraño.
Por la selva me voy, de árbol en árbol,
las torres de cemento no se cimbran, pero huelen
a la misma soledad que en el origen de la tierra,
al mismo corazón que una vez tuvo el niño errante,
ese que de ciudad en ciudad perdió frescura
y alzó libros y cortinas, y puso su nombre en todos sus utensilios más preciados.
Me saluda el jamás, el para siempre me hace un guiño,
y a veces voy contento de esperar que todos vuelvan:
los niños al jardín, los hombres a la mesa,
las mujeres al amor y los poetas a sus viejos laberintos.
Pero es un día más, regreso al calabozo,
desde mi puesto puedes ver cien mil cabezas que obedecen,
a ratos cien mil una, cuando debo completar
el formulario para monos, que no es mío, pero sirve
para saber en dónde estoy y cuánto me falta para ser por fin humano.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
17 01 14
Como un simio aprendiendo sus primeras destrezas,
me levanto cada día, me peino y me sostengo
de pie en el vendaval de la vida moderna
–sólo la muerte es la misma y la misma de hace rato,
sólo la duda cabe de si antes de morir veré su rostro.
Sacudo mi Alcatraz, compro las flores del olvido
y en el panal del hombre muevo frases, dicto fórmulas
y abrazo una ración de pan silvestre y puro, pero extraño.
Por la selva me voy, de árbol en árbol,
las torres de cemento no se cimbran, pero huelen
a la misma soledad que en el origen de la tierra,
al mismo corazón que una vez tuvo el niño errante,
ese que de ciudad en ciudad perdió frescura
y alzó libros y cortinas, y puso su nombre en todos sus utensilios más preciados.
Me saluda el jamás, el para siempre me hace un guiño,
y a veces voy contento de esperar que todos vuelvan:
los niños al jardín, los hombres a la mesa,
las mujeres al amor y los poetas a sus viejos laberintos.
Pero es un día más, regreso al calabozo,
desde mi puesto puedes ver cien mil cabezas que obedecen,
a ratos cien mil una, cuando debo completar
el formulario para monos, que no es mío, pero sirve
para saber en dónde estoy y cuánto me falta para ser por fin humano.
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