Un canto a la esmeralda
Empieza la esmeralda en el pantano,
desde allí el cocodrilo sigiloso
la empaca de un mordisco en pleno vientre de una cebra,
es noche y fosforece aquel cadáver,
la última hormiga brilla entre sus restos,
y victoriosa como el buitre carroñero
se marcha a su guarida con un gránulo de aceite.
Luego la sal de las estrellas se le agolpa
y aquel pedazo de rincón cobra las formas de un pez duro,
de una pavesa de licor adormecido
en verde bilis y brillante escarapela.
Surge la joya, mezcla de lágrimas y de muerte,
de hierba maternal, de pezones de granito,
amamantada en el rocío de las lunas esteparias,
en el cubil de mil avispas biseladas en su adentro,
qué miel más pura y sacra la que expande su delicia,
la que cubre cada faz de un recto corte acrisolado,
donde la historia de los ríos y de los légamos informes
es traducida a la explosión de mil reflejos de antracita.
Crece esmeralda, devora como boa constrictora
las tardes del verdor de la sabana,
la sangre del jaguar y los lamentos del venado,
en cuyo cofre de piel seca tus sedimentos se ampararon.
No vienes de las minas milenarias,
de la vida tú vienes, piedra verde,
de los estigmas que el dolor sólo redime en tu estructura
y en tu profundo valor de inmarcesible brillo,
no eres piedra poderosa porque el hombre
mate y muera por ti o te ponga precio,
sino porque tú fundes en tu verde pecho
la historia de la tierra y de los cielos,
la mezcla del amor con que te crean
los barros patriarcales y el útero del monte fiero,
hija del rayo, musgo que se vuelve alhaja,
cantas, esmeralda, en los rincones de algún cuello,
de un anillo enamorado, de una pulsera de odalisca
o simplemente entre las piedras con las que juegas desde niña.
No eres en la joyería vanidosa de los hombres
sino un trozo más de cristal huracanado,
lujo y pulsión de los que ni siquiera te arrebatan
por sí mismos de la roca en la que creces fusionada.
Te canto al natural, en tus oscuros territorios,
en tu familia de rocío verde,
en tu incendio de tarde inexplorada.
Persiste en tu furor, deléitate en tu traje,
que salga tu bondad en cada insecto que pasea
sus hordas en tu piel con cualquier grano por mejor tesoro,
tú vales por ser parte de la trama y sus escaños,
no por el cofre ni el cuello aterciopelado que te atrapan,
tú vives en la paz que has conquistado con relámpagos,
con siglos de meditar en la merienda de los creadores,
te canto para alzar tu simple piedra en la corteza
de los cantos que nos dan a cada cual sitio en la tierra.
Esmeralda, duermes tú, yo te vigilo en mi oro verde,
mañana moriré y en tu perfil aquella sombra
podrá permanecer porque también miraste el brillo
con que mis palabras nos unieron al fulgor de todo lo terrestre.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
01 11 13
Empieza la esmeralda en el pantano,
desde allí el cocodrilo sigiloso
la empaca de un mordisco en pleno vientre de una cebra,
es noche y fosforece aquel cadáver,
la última hormiga brilla entre sus restos,
y victoriosa como el buitre carroñero
se marcha a su guarida con un gránulo de aceite.
Luego la sal de las estrellas se le agolpa
y aquel pedazo de rincón cobra las formas de un pez duro,
de una pavesa de licor adormecido
en verde bilis y brillante escarapela.
Surge la joya, mezcla de lágrimas y de muerte,
de hierba maternal, de pezones de granito,
amamantada en el rocío de las lunas esteparias,
en el cubil de mil avispas biseladas en su adentro,
qué miel más pura y sacra la que expande su delicia,
la que cubre cada faz de un recto corte acrisolado,
donde la historia de los ríos y de los légamos informes
es traducida a la explosión de mil reflejos de antracita.
Crece esmeralda, devora como boa constrictora
las tardes del verdor de la sabana,
la sangre del jaguar y los lamentos del venado,
en cuyo cofre de piel seca tus sedimentos se ampararon.
No vienes de las minas milenarias,
de la vida tú vienes, piedra verde,
de los estigmas que el dolor sólo redime en tu estructura
y en tu profundo valor de inmarcesible brillo,
no eres piedra poderosa porque el hombre
mate y muera por ti o te ponga precio,
sino porque tú fundes en tu verde pecho
la historia de la tierra y de los cielos,
la mezcla del amor con que te crean
los barros patriarcales y el útero del monte fiero,
hija del rayo, musgo que se vuelve alhaja,
cantas, esmeralda, en los rincones de algún cuello,
de un anillo enamorado, de una pulsera de odalisca
o simplemente entre las piedras con las que juegas desde niña.
No eres en la joyería vanidosa de los hombres
sino un trozo más de cristal huracanado,
lujo y pulsión de los que ni siquiera te arrebatan
por sí mismos de la roca en la que creces fusionada.
Te canto al natural, en tus oscuros territorios,
en tu familia de rocío verde,
en tu incendio de tarde inexplorada.
Persiste en tu furor, deléitate en tu traje,
que salga tu bondad en cada insecto que pasea
sus hordas en tu piel con cualquier grano por mejor tesoro,
tú vales por ser parte de la trama y sus escaños,
no por el cofre ni el cuello aterciopelado que te atrapan,
tú vives en la paz que has conquistado con relámpagos,
con siglos de meditar en la merienda de los creadores,
te canto para alzar tu simple piedra en la corteza
de los cantos que nos dan a cada cual sitio en la tierra.
Esmeralda, duermes tú, yo te vigilo en mi oro verde,
mañana moriré y en tu perfil aquella sombra
podrá permanecer porque también miraste el brillo
con que mis palabras nos unieron al fulgor de todo lo terrestre.
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