Distingo el aroma de tus fauces,
claras lumbreras del amor llevadas,
de mil querubes adueñadas,
sólo la voz austera que reclamas…
Ardor y vïento en la maleza. Tenor desigualado de su forma.
Príncipe y locura me adereza, aquél manto de ruiseñora y sencillez.
Elegía que al dúctil tramo venerado el viento,
arremete con el vaivén del oro de tu canto,
Érase la princesa de mi cuento,
aleve, dócil fragua redil retamo de mi centro.
Sonoro ärdor, y risüeño arte, convoca las heridas mi llamado
y en el tonto vaivén tu solo estrado
canta el rubor que encimas al momento…
Asidas notas de tenor vibrante, elogio de la sombra, y dúctil el diamante,
tenor de sombra y llanto que se encierra,
caliginosa pantera, esbelta con guitarra.
Lame sus heridas el vaivén del viento.
Claro su sollozo y estigma del acento.
Venerando el dote que asombra en su mirada,
eco a la bandera de nïeve de su amada…
Aduce su prístina congoja y sueña errante
el tenor vibrante encierra caliginosas palomas
que se evaden de sus claustros y llaman las auroras
vertiginosas alburas delicadas en sustento…
Clarividencia del oro al firmamento. Roble que tiene más madera que su savia,
recorre con su ardor verde quimera sobre labia
escultora al diamante de su boca y su voz hecha fragancia…
Eco que nace y arde, y müere, y arde, y lläma, y late, y enardecida quiere
subsistir
de la marea dócil que fragua en el instante
la herida de su brillo y su cadencia
en el diamante…
Intrínseca bandada de aliento que sopesa
la mirada del rubor de aquélla bruma,
donde engaña su tenor y su fortuna
aquel rubor que cuando chico, es grande,
y chico, cuando grande,
como la mirada esbelta al comadrón de su silbada aurora desafiante,
en rübor de soliloquio inmersa en el navío
de su prístina amargura, cristalino
su freno de tenor y aguado el vino…
claras lumbreras del amor llevadas,
de mil querubes adueñadas,
sólo la voz austera que reclamas…
Ardor y vïento en la maleza. Tenor desigualado de su forma.
Príncipe y locura me adereza, aquél manto de ruiseñora y sencillez.
Elegía que al dúctil tramo venerado el viento,
arremete con el vaivén del oro de tu canto,
Érase la princesa de mi cuento,
aleve, dócil fragua redil retamo de mi centro.
Sonoro ärdor, y risüeño arte, convoca las heridas mi llamado
y en el tonto vaivén tu solo estrado
canta el rubor que encimas al momento…
Asidas notas de tenor vibrante, elogio de la sombra, y dúctil el diamante,
tenor de sombra y llanto que se encierra,
caliginosa pantera, esbelta con guitarra.
Lame sus heridas el vaivén del viento.
Claro su sollozo y estigma del acento.
Venerando el dote que asombra en su mirada,
eco a la bandera de nïeve de su amada…
Aduce su prístina congoja y sueña errante
el tenor vibrante encierra caliginosas palomas
que se evaden de sus claustros y llaman las auroras
vertiginosas alburas delicadas en sustento…
Clarividencia del oro al firmamento. Roble que tiene más madera que su savia,
recorre con su ardor verde quimera sobre labia
escultora al diamante de su boca y su voz hecha fragancia…
Eco que nace y arde, y müere, y arde, y lläma, y late, y enardecida quiere
subsistir
de la marea dócil que fragua en el instante
la herida de su brillo y su cadencia
en el diamante…
Intrínseca bandada de aliento que sopesa
la mirada del rubor de aquélla bruma,
donde engaña su tenor y su fortuna
aquel rubor que cuando chico, es grande,
y chico, cuando grande,
como la mirada esbelta al comadrón de su silbada aurora desafiante,
en rübor de soliloquio inmersa en el navío
de su prístina amargura, cristalino
su freno de tenor y aguado el vino…
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