La compañera

La compañera

Abanderada en la pobreza, calcinada
por años de abatirte en mil oficios,
de costurera en la mansión, de ilusionista
en el hogar donde no había más que amor en cada plato,
de digna comerciante, perseguida por los guardias,
de simple abrazo y piel en las angustias de los hijos,
creciste así no más, porque la vida es crecimiento,
sin más ocupación que ser feliz con el ser puesto,
con la sencilla claridad de la gallina y sus polluelos
y el grave y grande amor de ser mujer en mundo de hombres.
Acaso tú también favoreciste al torvo hermano,
acaso a alguna hija reprimiste por su risa fuerte,
pero la luna te enseñó que en la vigilia estabas sola
y que al amanecer el sol suele marcharse sin destino.
Entonces no te van a contar cuento los ministros
ni los que por hombres dicen que ser hombres
es ir de golpes con la amada, de violentos,
de copas por placer, de celópatas con un cuchillo,
o de nuevas restricciones para que nada malo a ti te pase.
Atrapas tu verdad no con aceites ni perfumes,
con manos limpias, suaves a pesar del duro oficio,
y eres mujer con esa fuerza que es de tierra,
de ráfaga, de flor, de piel ardiente y dulce,
no tienes que pedir ni paz ni sitio a otros,
pues tú eres tu motor y la ciudad llenan tus pasos,
tus propias voluntades hechas flor, pan y planetas
y tu canción alerta a los gen tiles represores.
Agitas pues el tiempo en que tus sueños son la estrella
y tu nombre el porvenir en que la tierra se hará tuya,
no sé cuándo será, pero ya sé que estoy contigo
y en tu firmeza pongo el fruto amado
que ya en tus brazos sostendrá la madrugada para todo el mundo.

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17 09 13