El mar era cálido, quieto y cristalino.
Corrías dando saltos en la orilla,
creabas olas y espuma tras tus pasos,
esquivabas sin querer las aguas vivas
que querían
un banquete con tu pie,
mientras tanto, desde el muelle
los ancianos pescadores
te ideaban desnuda, ardiente y a la deriva,
masticaban sus bigotes,
los metían
a sus bocas con la lengua.
Corrías dando saltos y cabriolas,
te agachabas a juntar una piedrita
y detrás les ofrecías una imagen gloriosa,
los bagres y las corvinas
despachaban a gusto las carnadas aleladas
caídas de los bigotes.
Reías y pateabas una olita,
eras tan tonta que los bañistas
con los diarios, las gorras y las lonas
ocultaban su erección.
Te internabas en el mar,
te zambullías
y perdías el sostén,
y otra imagen gloriosa
elevaba las cañas más arriba,
las mujeres
codeaban a sus maridos,
te miraban con más ganas
que una dama acepta reconocer,
y la tarde rebalsaba
de delirio y nerviosismo.
Salías de la mar y te reías
aún más tonta
y te hacías milanesa.
Ahora sí, te quitabas la malla,
te quedabas vestida con la arena,
los mirabas a todos entre seria y maliciosa,
recogías tus ojotas
y te ibas.
Corrías dando saltos en la orilla,
creabas olas y espuma tras tus pasos,
esquivabas sin querer las aguas vivas
que querían
un banquete con tu pie,
mientras tanto, desde el muelle
los ancianos pescadores
te ideaban desnuda, ardiente y a la deriva,
masticaban sus bigotes,
los metían
a sus bocas con la lengua.
Corrías dando saltos y cabriolas,
te agachabas a juntar una piedrita
y detrás les ofrecías una imagen gloriosa,
los bagres y las corvinas
despachaban a gusto las carnadas aleladas
caídas de los bigotes.
Reías y pateabas una olita,
eras tan tonta que los bañistas
con los diarios, las gorras y las lonas
ocultaban su erección.
Te internabas en el mar,
te zambullías
y perdías el sostén,
y otra imagen gloriosa
elevaba las cañas más arriba,
las mujeres
codeaban a sus maridos,
te miraban con más ganas
que una dama acepta reconocer,
y la tarde rebalsaba
de delirio y nerviosismo.
Salías de la mar y te reías
aún más tonta
y te hacías milanesa.
Ahora sí, te quitabas la malla,
te quedabas vestida con la arena,
los mirabas a todos entre seria y maliciosa,
recogías tus ojotas
y te ibas.
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