Siglos…
Corre sobre el tapiz la tinta expresando tardes otoñales en las campiñas, donde predominan los grises y las brumas de otro moribundo día acabándose.
Solo lo abstracto de una pintura que lejos de lo real es realidad para quien quiso decir adiós en esa tarde sin vida entre esqueléticos arboles desfollados.
El silencio se hace eco en los vértices de esa inmensidad expresivamente delineada por el autor de matices oscuros donde convergen hipótesis sobre quien vio morir la tarde en brazos de la noche.
Conjeturas instaladas en el amargo sabor a soledad de quien transcribe pareceres con solo ver a través de su imaginación el tiempo acabar en los demás.
Esperar en las penumbras un halo de luz instalada en una mirada o en el bello sonreír de una enamorada mujer que confiada en sí misma y se atreve a ser parte de otra leyenda retractada en un antiguo atril donde los colores carecen razón de ser.
Es la tarde envolviéndose en tenues ocre como si las resecas hojas libradas por una otoñal brisa dejaran al descubierto la desnudez de otra Eva para vestir al tiempo.
Son los desvelos del poeta que apela al lumbre de un hogar encendido que irrumpe el silencio con el encuentro de una burbuja de oxigeno y el fuego lanzando por la habitación pequeños infiernillos.
Es ese instante mágico donde la salamanca se adueña de esos ojos cansados otorgándole la visión del presente y futuro a través de un haz de rojiza llama encendida danzando en la oscuridad.
Y el silencio deja de ser al oírse a lo lejos el sonreír de damiselas en un aquelarre no tan lejano, son las divagaciones de una mente solitaria que se enfrenta cada noche a sus temores.
Recuerdos vanos hilvanados con ese fino hilo de plata que une a los amores lejanos uniéndolos en una atadura difícil de romper aunque los cuerpos pierdan consistencia por su partir.
El tiempo testigo clave de que todo es un giro constante que nada queda en el olvido perpetuo, aun amando a otro ser el recuerdo te lleva hasta ese primer beso y esa primera necesidad de volver atrás aun sin la manera de cómo hacerlo.
Cerrar los ojos y sentir como ese ayer se perpetúa en nuestra piel y en cada beso seguido de tantos te amo en silencio.
El engaño mas permitido por el ser desde tiempos impronunciables el de dejarse llevar arrastrado por esa necesidad intempestiva de volver a encontrar a quien uno desea, sea en el auto consuelo del roce propio o en otra piel.
Los tapices carecen de vida dicen quien solo desea ver la expresión del arte como reflejo real de una copia exacta de un paisaje, en cambio quien puede internarse en las retinas del que crea comprende mucho más que desea decir.
Soy escritor de añejas y amarillentas historias pintadas en palabras desparramadas magistralmente en una hoja como mil caricias sobre tu desnudez que solo comprenderán cuando vean los siglos en mi sien pintados de blanco y mis ojos cansados de buscarte mujer…
Corre sobre el tapiz la tinta expresando tardes otoñales en las campiñas, donde predominan los grises y las brumas de otro moribundo día acabándose.
Solo lo abstracto de una pintura que lejos de lo real es realidad para quien quiso decir adiós en esa tarde sin vida entre esqueléticos arboles desfollados.
El silencio se hace eco en los vértices de esa inmensidad expresivamente delineada por el autor de matices oscuros donde convergen hipótesis sobre quien vio morir la tarde en brazos de la noche.
Conjeturas instaladas en el amargo sabor a soledad de quien transcribe pareceres con solo ver a través de su imaginación el tiempo acabar en los demás.
Esperar en las penumbras un halo de luz instalada en una mirada o en el bello sonreír de una enamorada mujer que confiada en sí misma y se atreve a ser parte de otra leyenda retractada en un antiguo atril donde los colores carecen razón de ser.
Es la tarde envolviéndose en tenues ocre como si las resecas hojas libradas por una otoñal brisa dejaran al descubierto la desnudez de otra Eva para vestir al tiempo.
Son los desvelos del poeta que apela al lumbre de un hogar encendido que irrumpe el silencio con el encuentro de una burbuja de oxigeno y el fuego lanzando por la habitación pequeños infiernillos.
Es ese instante mágico donde la salamanca se adueña de esos ojos cansados otorgándole la visión del presente y futuro a través de un haz de rojiza llama encendida danzando en la oscuridad.
Y el silencio deja de ser al oírse a lo lejos el sonreír de damiselas en un aquelarre no tan lejano, son las divagaciones de una mente solitaria que se enfrenta cada noche a sus temores.
Recuerdos vanos hilvanados con ese fino hilo de plata que une a los amores lejanos uniéndolos en una atadura difícil de romper aunque los cuerpos pierdan consistencia por su partir.
El tiempo testigo clave de que todo es un giro constante que nada queda en el olvido perpetuo, aun amando a otro ser el recuerdo te lleva hasta ese primer beso y esa primera necesidad de volver atrás aun sin la manera de cómo hacerlo.
Cerrar los ojos y sentir como ese ayer se perpetúa en nuestra piel y en cada beso seguido de tantos te amo en silencio.
El engaño mas permitido por el ser desde tiempos impronunciables el de dejarse llevar arrastrado por esa necesidad intempestiva de volver a encontrar a quien uno desea, sea en el auto consuelo del roce propio o en otra piel.
Los tapices carecen de vida dicen quien solo desea ver la expresión del arte como reflejo real de una copia exacta de un paisaje, en cambio quien puede internarse en las retinas del que crea comprende mucho más que desea decir.
Soy escritor de añejas y amarillentas historias pintadas en palabras desparramadas magistralmente en una hoja como mil caricias sobre tu desnudez que solo comprenderán cuando vean los siglos en mi sien pintados de blanco y mis ojos cansados de buscarte mujer…
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