El extravío
Vete a la calle, me dijo, nada existe
salvo lo que allí se odie o se ame,
la ciudad hecha de piel, el cuerpo amado,
formado de edificios de colores,
o sea ella y ella en dos formas memorables,
o sea amor que vuelve amor esas esquinas que conozcas.
Vete a la calle, compañero, y abrázate a sus horizontes:
la nada existencial del comerciante,
la redención sin sacerdote del mendigo,
la prostituta pudorosa y sus cien hijos,
los árboles de sal, que algunos llaman monumentos.
Vete a la calle y reza por la culpa de esa iglesia
y bebe por el bar de los ahogados en rutina,
come por cien de los ministros que te esquilman,
canta por esos que no escuchan ni sus sueños ni sus pasos,
habla por la flor que casi, casi existe sólo en los museos.
Y vuelve, siempre vuelve, ya lo harás aunque no quieras,
al sitio de nacer, al esternón de tus dos padres,
a la pesada desnudez del primer acto ante el idioma
y a la palabra con que un día penetraste para siempre
en esa dama, en ese mar, en ese amor que aún fecundas.
Vete a la calle, pues, me dijo, y yo llorando
cerré las puertas de mi casa y aún no encuentro
la ruta del regreso para contarle lo que he visto
y lo que me queda por mirar, lágrima adentro, de este mundo.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
12 01 13
Vete a la calle, me dijo, nada existe
salvo lo que allí se odie o se ame,
la ciudad hecha de piel, el cuerpo amado,
formado de edificios de colores,
o sea ella y ella en dos formas memorables,
o sea amor que vuelve amor esas esquinas que conozcas.
Vete a la calle, compañero, y abrázate a sus horizontes:
la nada existencial del comerciante,
la redención sin sacerdote del mendigo,
la prostituta pudorosa y sus cien hijos,
los árboles de sal, que algunos llaman monumentos.
Vete a la calle y reza por la culpa de esa iglesia
y bebe por el bar de los ahogados en rutina,
come por cien de los ministros que te esquilman,
canta por esos que no escuchan ni sus sueños ni sus pasos,
habla por la flor que casi, casi existe sólo en los museos.
Y vuelve, siempre vuelve, ya lo harás aunque no quieras,
al sitio de nacer, al esternón de tus dos padres,
a la pesada desnudez del primer acto ante el idioma
y a la palabra con que un día penetraste para siempre
en esa dama, en ese mar, en ese amor que aún fecundas.
Vete a la calle, pues, me dijo, y yo llorando
cerré las puertas de mi casa y aún no encuentro
la ruta del regreso para contarle lo que he visto
y lo que me queda por mirar, lágrima adentro, de este mundo.
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