Los erguidos pastizales daban a esa orilla de la ciudad el misterioso encanto de la verdadera vida, la real, la que uno siente como rebelión en la piel. 1927. Los zapatos de taco expulsaban el polvo con lustrada valentía. Las botamangas estrechas de un traje rayado, marrón como el río que sonaba en una dulce serenata. El pañuelo perfumado que le rodeaba el cuello, le daba a René la justa medida de sofisticación para pararse frente a esos hombres y batirles las cuarenta. Ellos lo sabían. Sabían que el porteñito de malos modales era avivado para el hierro, pero más los preocupaba su postura relajada de malevo irrefrenable.
A este enano le queda grande el sobretodo y el sombrero, penoso. Y al gordito que me mira con cara sobradora, nada me costaría menos que asestarle un tajazo en el moflete. Orilleros más parecidos al gaucho vago que a hombres que cumplen los códigos más elementales: todo botín se reparte por igual.
- No me des vuelta, calesita, dame lo ganado o se acaba la miseria.
- Nosotros pusimos la jeta, nos embarramos en esta mierda – agitaba el enano mientras que René lo imaginaba con su cabeza metida en un tacho de excrementos y su bota de taco reluciente apretándole la nuca.
- No se habla más. No se molesten en hincarse ante el Altísimo porque derechito al Averno los despacho.
René Roca enrolló en su brazo la chalina y blandió en un silbido la daga más digna que un ángel debería usar el día del apocalipsis. Los otros dos amagaron pero el fuego en los ojos del taita los hacía sentirse finados.
- Ta´ bien – dijo el gordito con una sonrisa encantadora – no vamos andar peleando entre socios.
- ¡Qué va! – acompañó el petiso.
Enseguida trajeron lo que le pertenecía y se despidieron sin más. René regresó por la barranca que lo había traído. Los orilleros quedaron mirándolo, tomando valor, porque también es ley que en el próximo encuentro los filos se mancharán.
A este enano le queda grande el sobretodo y el sombrero, penoso. Y al gordito que me mira con cara sobradora, nada me costaría menos que asestarle un tajazo en el moflete. Orilleros más parecidos al gaucho vago que a hombres que cumplen los códigos más elementales: todo botín se reparte por igual.
- No me des vuelta, calesita, dame lo ganado o se acaba la miseria.
- Nosotros pusimos la jeta, nos embarramos en esta mierda – agitaba el enano mientras que René lo imaginaba con su cabeza metida en un tacho de excrementos y su bota de taco reluciente apretándole la nuca.
- No se habla más. No se molesten en hincarse ante el Altísimo porque derechito al Averno los despacho.
René Roca enrolló en su brazo la chalina y blandió en un silbido la daga más digna que un ángel debería usar el día del apocalipsis. Los otros dos amagaron pero el fuego en los ojos del taita los hacía sentirse finados.
- Ta´ bien – dijo el gordito con una sonrisa encantadora – no vamos andar peleando entre socios.
- ¡Qué va! – acompañó el petiso.
Enseguida trajeron lo que le pertenecía y se despidieron sin más. René regresó por la barranca que lo había traído. Los orilleros quedaron mirándolo, tomando valor, porque también es ley que en el próximo encuentro los filos se mancharán.
Miér Abr 17, 2024 4:52 pm por caminandobajolalluvia
» Déjame unir mi mano con la tuya...
Miér Abr 17, 2024 4:50 pm por caminandobajolalluvia
» Tu rostro...
Lun Abr 15, 2024 3:55 am por caminandobajolalluvia
» Memoria de tu luz, cuerpo bohemio...
Mar Abr 09, 2024 9:05 pm por caminandobajolalluvia
» Mi ciudad
Jue Abr 04, 2024 1:08 pm por caminandobajolalluvia
» Mujer -reclamo tus rosas-
Jue Abr 04, 2024 1:02 pm por caminandobajolalluvia
» La huella del amor...
Jue Abr 04, 2024 1:01 pm por caminandobajolalluvia
» Desnuda cadencia...
Jue Abr 04, 2024 12:59 pm por caminandobajolalluvia
» Son claveles...
Jue Abr 04, 2024 12:55 pm por caminandobajolalluvia