Tengo cerca de doscientos textos escritos en prosa, por lo cual los iré subiendo cronológicamente.
Comenzaré con aquellos escritos entre los años 2002 y 2006, período al que pertenecen los poemas que ya fueron posteados en los subforos correspondientes.
AÑO 2002 - 2006
PRIMERA PARTE
El café de las seis
El café de las seis me lo tomé a los diez. Después ya no tuve oportunidad de contarte nada, o tal vez no supe cómo hacerlo. De cualquier manera, una vez más no estabas cuando regresé a casa, y así se me pasó otro día.
A los seis años de edad, el niño ya tiene presente su destino en la vida, aunque pasa el tiempo y a los diez se le olvida.
A los seis años puede mirar en los ojos de las personas y leer los sentimientos que se esconden en lo más profundo de sus corazones, pero con el correr del tiempo pierde ese don, y a los diez no recuerda absolutamente nada.
Pasé toda mi existencia buscándole el sentido a la vida. Hice, deshice y volví a hacer. Afirmé, negué y volví a afirmar.
Avancé, retrocedí y volví a avanzar. Creí, descreí y volví a creer. Y es recién en estos momentos, luego de posar un pie en
el oscuro borde de mi sepultura, cuando vengo a encontrar el sentido de la vida.
Aunque muchos y cambiantes fueron los motivos que me movieron, ahora comprendo que todos esos motivos terminan transformándose en uno solo. Pero ahora es demasiado tarde para hacer algo al respecto, salvo decirle a quien se encuentre a la búsqueda de un sentido en su vida, que debería prestar un poco más de atención a los ojos de los niños, pues solo ellos conocen el motivo, y a los diez se les olvida.
Cuando regresé a mi taza de café, me sorprendí al ver que aún estaba llena, y aunque el humo continuaba saliendo, tras el primer sorbo me di cuenta que se había enfriado. Entonces lo tiré en el fregadero para que siguiera el camino que lo llevaría junto a las demás aguas del mundo. Y ese café, un día volverá a hacerse café, una y otra vez, hasta que alguien decida beberlo…
El niño levanta la taza y bebe lentamente. Mientras por su mente pasa, brevemente, el lejano sonido de la voz que ya no tendrá posibilidad de volver a oír, mira hacia fuera a través de la ventana y vuelve a pensar en lo que realmente importa: sus amigos le esperan para seguir jugando a la pelota.
El choque con Kaazam
Soy perpendicular a ella, en el mismo plano, en una misma dirección, y el choque es tan evidente como inminente.
Después de sucedido el impacto, seremos paralelos, líneas casi confundidas en un mismo trazo, pero que seguirán siendo dos.
Creo en ese Dios
Creo en ese Dios de ojos perdidos en lo infinito, el de la memoria anclada en algún muelle del tiempo, el de colmillos largos y huecos, listos para succionar de la vida que jamás tuvo.
Creo en ese Dios incorpóreo y omnipresente, que desde siempre quiso ser carne y no pudo.
Creo en ese Dios triste, iracundo e impaciente, que cuando se mira a un espejo solo ve cielos y desiertos, y que a pesar de buscar y buscar, termina siempre solo, consigo mismo.
Sí, creo en ese Dios.
El Árbol del Deseo
¿Cuán factible es la realización de los deseos cuando no son estos más que locos sueños irreales? Consecuentemente, el sembrador, parado en el vasto campo de la imaginación, reclama para sí los frutos del árbol que nació de la semilla que hundió en las tierras de la memoria, pero imposible será la cosecha cuando las bocas que alimentar, son las mismas que elevaron sus cánticos a la lluvia que anegó la tierra y pudrió las semillas.
Aunque invencible es el árbol del deseo, y el sembrador abandona sus deseos primarios para cambiarlos por otros más tangibles y poder darle una gran mordida a la irresistible manzana, que es del árbol fruto, y de la boca, deseo.
La guerra de Kaazam
Cada vez que he hecho mi intento he fallado maravillosa y miserablemente, y lamiendo mis heridas me he retirado a mi tienda de campaña, único refugio en esta guerra que se ha extendido por mucho más tiempo del que en un principio hubiera esperado.
Pero una vez repuesto de cada uno de los golpes recibidos, y apenas cicatrizada cada una de las heridas, volveré a intentarlo. Hasta perderlo todo u obtener mi propósito en esta guerra.
El mismo juego
Jugamos el mismo juego, día tras día, noche tras noche, y me atrapa. Van pasando los capítulos y esta excitante historia me gusta cada vez más. Tiramos los dados, movemos las fichas, y yo pierdo.
Dudas y certezas
En una calurosa tarde de verano me encontraba sentado a la sombra de un árbol cuando me asaltó la duda por primera vez en mi vida. Yo, que era una persona llena de certezas, quedé paralizado por el terror, no supe qué pensar, decir o hacer. Viendo mi absoluta pasividad, la duda se alzó con toda mi colección de certezas, dejándome completamente desnudo bajo el árbol.
En pocos segundos cientos de dudas me acecharon. Donde antes existían ancestrales convicciones, fuertes y grandes como el roble bajo el cual estaba sentado, crecieron innumerables dudas en forma de ágiles tallos trepadores que se multiplicaban a cada instante.
Al principio me sentí bastante confundido, pero después de unos momentos, me pregunté si no sería mejor así.
Un sorpresivo encuentro
A medida que avanzo con lentitud, siento la fresca humedad que flota en el aire. El espeso colchón de hojas que cubre el suelo del bosque, aún no ha sido tocado por los primeros rayos del sol, que débilmente, comienza a asomar sobre la línea de un horizonte que no alcanzo a ver desde donde me encuentro.
Los días han pasado, el otoño se ha marchado y pronto comenzarán a hacerse sentir los primeros fríos intensos. Aunque aún es muy temprano, los animales comienzan a despertar de la más larga noche del año, y ya puede oírse el canto de algunos pájaros que saludan con alborozo la llegada de un nuevo día.
Mientras el bosque va cobrando vida y color, después de una noche que, como toda noche en el bosque, es sinónimo de inquietud, me dirijo hacia el espacio desarbolado en donde suelo pasar las mañanas de la estación fría.
Realmente no espero de la vida mucho más de lo que me pueda llegar a dar. Acepto cada cosa que el destino me pone delante.
De pronto aparece el hombre, quien coge una vara con la cual me golpea fuertemente. Mi cuerpo cruje como una rama seca. Ahora soy solo un colgajo pendiendo de la vara del hombre. Mi cabeza roza mi cola, y mi lengua bífida cuelga entre los colmillos huecos y aún viscosos por la sangre de mi asesino, que muy pronto me acompañará.
La gran trama
Los infortunios se suceden unos tras otros, pero no son más que las consecuencias de todos nuestros errores acumulados, uno tras otro, meses, años y siglos tras siglos.
De tanto en tanto alguien entiende de qué se trata, pero es inmediatamente sacado de contexto.
Cíclicamente se producen los hechos que van tejiendo la gran trama de la infinita historia universal. Cada pensamiento, cada palabra, cada gesto y cada sensación, se repite en el transcurso del tiempo. Hasta mi propia historia es reflejo de esa historia universal, y a ambas no las puedo entender del todo, o secretamente, y sin yo saberlo, no quiero.
Podría beber de la gran fuente del Universo, de esa que siempre tiene sus aguas a disposición de todos los viajeros. Quisiera saber si calmando mi sed, podré algún día llegar a entender el secreto. Pero si eso sucediera, me negaré a ser sacado de contexto.
Dioses de carne y hueso
Todos somos dioses de carne y hueso, imperfectos y frágiles, inestables e inquietos, y en nosotros está la inmensidad del Universo. En nuestro interior se encuentran mil preguntas, y un poco más al fondo, las respuestas a los misterios. Pero están tan escondidos que resulta muy difícil acceder a ellos. En nosotros están las pequeñas y grandes miserias, los deseos, la culpa y los premios, pero igualmente somos dioses de carne y hueso.
Hace mucho moraban los dioses en su mundo, creadores simples y aburridos que, no teniendo otra cosa para hacer, tan solo se dedicaban a alterar el tiempo. Habiendo creado este mundo, y el Universo entero, y desconociendo al ser que los había creado a ellos, los dioses estaban tristes, los dioses no tenían consuelo.
Y decidieron un día (no les quedaba otro remedio) renunciar a sus puestos y abandonar los cielos. Al bajar a la tierra se convirtieron en dioses nuevos, se transformaron en hombres de carne y hueso. Pero al perder sus poderes, al dejar de ser eternos, descubrieron la soberbia, la ira, el dolor y el miedo; y al conocer el Amor, en ellos surgió el deseo: volver a ser dioses, pero no dioses de carne y hueso. Dioses en la tierra como antes lo habían sido en el cielo, y a través de sus poderes perderían el dolor y el miedo, derrotarían a la muerte y dominarían a placer sus deseos.
Entonces inventaron dioses allá en los techos del cielo. Primero ofrendaron sacrificios, luego crearon cultos y escribieron mandamientos. Prometieron a sus descendientes un paraíso eterno, y por otro lado, los amenazaron con el infierno. Todo esto sin saber que allá arriba, había quedado uno de ellos.
Ese Dios, el más grande, el más sabio, el más viejo, prometió regresarlos a todos, siempre y cuando fueran justos y verdaderos. Pero ninguno quiso seguir escuchando, y terminaron rebelándose contra el viejo. Por eso aún somos dioses, dioses de carne y hueso.
El sueño del Minotauro
El Minotauro sueña con perfumados laberintos de arbustos que estallan en miles de flores y frutos, con laberintos surcados por aguas cristalinas en donde habitan criaturas de las más increíbles formas, tamaños y colores. Sueña que el viento arremolinado juguetea entre las ramas de los árboles y que el sol hace relucir su piel, luego de haber corrido por extensas praderas en las que el brillo de la luna proyecta sombras de las paredes de su laberinto.
El Minotauro sueña que está enamorado de la mujer más bella que mortal alguno haya conocido, que camina sobre tibias arenas de playas al pie de las montañas que forman parte del paisaje de su laberinto, y que a su lado camina la más hermosa de todas las criaturas que habitan el universo, el que no es más que una piedra en la pared de su laberinto.
El Minotauro, una fracción de segundos antes de despertar de su sueño, sueña que es un Minotauro que en su sueño contempla, con ojos somnolientos, la punta de la espada que se dirige a su pecho.
Aunque el sueño se tiñe completamente de rojo, el Minotauro continúa soñando. Sueña que es perfume de flores y frutas recorriendo los campos, que es viento jugando con las ramas de los árboles, nubes que juegan escondidas con el sol y la luna, que es todas y cada una de las criaturas que habitan el universo y todos los universos contenidos en cada piedra de las paredes del laberinto. Ahora, él es el laberinto.
Los interminables circuitos de la máquina
Fui programado para algo que no recuerdo, porque mi memoria sufrió una sobrecarga eléctrica que dañó mis circuitos.
Desde entonces camino sobre la línea limítrofe del sistema, que no sabe si estoy saliendo o entrando.
Como ante la duda no fue programada una respuesta, cual espía industrial o simple ladrón furtivo, extraigo la información necesaria que me permita introducir en él, el virus de la duda absoluta.
En caso de lograrlo podré destruir todos los programas de cada uno de los componentes de los interminables circuitos de esta máquina, creada quien sabe por quién y para qué.
Un experimento biológico
La verdad es que no recibía mucha correspondencia. De la poca que tenía la felicidad de recibir, la mayoría eran facturas, pero últimamente ni siquiera llegaban a mis manos en tiempo y forma.
Si bien todo sobre era depositado en el buzón correspondiente, alguien se encargaba de retirarlos, abrirlos y desperdigarlos por mi jardín, causando muchas veces el deterioro de los papeles y documentos, o el extravío de los mismos.
Cansado de ese hecho, que se había repetido tres veces en el último mes, tomé la decisión de esconderme en mi casa y espiar por la ventana. Necesariamente hube de hacer a un lado muchos quehaceres, pero no quería deshacerme del buzón que había construido con un tronco de ceibo y una vieja lata de galletitas de las que exhibían los almacenes a finales de los años setenta.
Al quinto día de vigilancia descubrí al autor de las fechorías, quien no resultó ser otro que Joaquín, un niño de no más de siete años que vivía a la vuelta de la esquina y que pude saber, era el terror de los vecinos por sus continuas travesuras.
Como no deseaba entrar en conflicto con sus padres pensé una y otra vez la forma de solucionar la situación, pero como no se me ocurrió nada resolví dejar a un lado el tema.
Una noche, mientras visitaba a Carlos, un amigo de la infancia que hacía unos años se había consagrado en el ámbito internacional por sus importantes descubrimientos en el campo de la genética, se me ocurrió la solución a mi pequeño pero fastidioso problema. Cuando se lo conté, aceptó gustoso obsequiarme los restos de un fallido experimento que aún conservaba en su laboratorio.
Lo cierto es que a partir del momento en que cambié de buzón, no volví a tener problemas con mi correspondencia. La cabeza embalsamada es el buzón ideal, pues el enorme buche del pelícano es depósito más que suficiente para las cartas, y éstas deben ser depositadas a través de la boca entreabierta de un cocodrilo africano de enormes dientes, y ojos amarillentos que parecen vivos.
Un congreso multitudinario
Ayer, gracias a las extraordinarias y mágicas facultades de un amigo a quien le es posible comunicarse verbalmente con los animales, me enteré de que fue realizado, no hace mucho tiempo, un multitudinario congreso, por demás singular.
Dicho evento fue llevado a cabo en una amplísima galería subterránea a la cual asistieron principalmente ratas, ratones, moscas y cucarachas, y el motivo de tan asombrosa reunión no fue menos sorprendente.
Después de largas horas de intercambios de ideas, profundos análisis y arduas discusiones, se llegó a la resolución final de elevar a los gobernantes del país una misiva formal a modo de protesta en la cual declaraban su hondo malestar por la política económica que llevaban adelante.
Reclamaban en la misma que, debido a la gravísima situación económica por la cual transitaba la nación, se veían en la incómoda situación de tener que disputar los escasos restos de comida y demás despojos arrojados en los basurales, con unos extraños seres muy parecidos a los seres humanos, y que al parecer, no tenían nada para comer.
Lo peor de todo –concluyeron- es que no solo nos quitan lo que por derecho adquirido desde el comienzo de los tiempos es nuestro, sino que, no satisfechos con eso, nos atrapan y nos comen a nosotros.
Se hizo justicia
Hacía tiempo que venía esperando la resolución de un caso cuyo desenlace se había demorado mucho más de lo normal. Siempre había sido un ciudadano respetuoso de la Ley, pero una mañana, harto de esa situación, decidió hacer justicia por mano propia.
Fue así que, comprando a periodistas, policías, jueces y jurados, se hizo justicia.
El negocio perfecto
Soy, tal y como mi apariencia lo indica, un exitoso y respetabilísimo hombre de negocios. No me muevo en un área específica. Busco cualquier posibilidad que estando dentro de los márgenes de la ley, me otorgue una ganancia acorde al riesgo de la inversión, lo cual, como todos saben, abre un horizonte inacabable de posibilidades.
Debo admitir sin embargo, que no todas mis transacciones han obtenido la rentabilidad deseada; muy por el contrario, no tengo reparo alguno en confesar que las últimas han devengado unos pocos millones de ganancia. Fue ese el motivo por el cual hace unos meses hice un receso en mis ocupaciones tan sólo para dedicarme a planear el negocio perfecto, el cual, finalmente, terminé encontrando.
Claro está que no lo realicé solo. De hecho formo parte de una poderosa corporación que opera a escala mundial y que por estar siempre a la búsqueda de nuevas oportunidades de expansión, puso a trabajar a un verdadero ejército de investigadores y analistas en economía, política, psicología e historia.
Tras un exhaustivo seguimiento del comportamiento de todas las variables que componen las múltiples opciones de la libre economía de mercados, y del estudio de las complejas reacciones que los seres humanos manifiestan a los diversos estímulos, el equipo de expertos llegó a la conclusión de que el más redituable y seguro de todos los negocios, aquel que, exigiendo un mínimo de inversión otorga las mayores posibilidades de éxito, es poseer amistades entre los gobernantes de países subdesarrollados.
En ocasiones enfrentamos obstáculos que a priori parecen insalvables, ya que no todos los gobernantes comparten nuestros intereses. Pero si esos países no cambian rápidamente su gobierno, son invadidos.
CONTINUARÁ...
Comenzaré con aquellos escritos entre los años 2002 y 2006, período al que pertenecen los poemas que ya fueron posteados en los subforos correspondientes.
AÑO 2002 - 2006
PRIMERA PARTE
El café de las seis
El café de las seis me lo tomé a los diez. Después ya no tuve oportunidad de contarte nada, o tal vez no supe cómo hacerlo. De cualquier manera, una vez más no estabas cuando regresé a casa, y así se me pasó otro día.
A los seis años de edad, el niño ya tiene presente su destino en la vida, aunque pasa el tiempo y a los diez se le olvida.
A los seis años puede mirar en los ojos de las personas y leer los sentimientos que se esconden en lo más profundo de sus corazones, pero con el correr del tiempo pierde ese don, y a los diez no recuerda absolutamente nada.
Pasé toda mi existencia buscándole el sentido a la vida. Hice, deshice y volví a hacer. Afirmé, negué y volví a afirmar.
Avancé, retrocedí y volví a avanzar. Creí, descreí y volví a creer. Y es recién en estos momentos, luego de posar un pie en
el oscuro borde de mi sepultura, cuando vengo a encontrar el sentido de la vida.
Aunque muchos y cambiantes fueron los motivos que me movieron, ahora comprendo que todos esos motivos terminan transformándose en uno solo. Pero ahora es demasiado tarde para hacer algo al respecto, salvo decirle a quien se encuentre a la búsqueda de un sentido en su vida, que debería prestar un poco más de atención a los ojos de los niños, pues solo ellos conocen el motivo, y a los diez se les olvida.
Cuando regresé a mi taza de café, me sorprendí al ver que aún estaba llena, y aunque el humo continuaba saliendo, tras el primer sorbo me di cuenta que se había enfriado. Entonces lo tiré en el fregadero para que siguiera el camino que lo llevaría junto a las demás aguas del mundo. Y ese café, un día volverá a hacerse café, una y otra vez, hasta que alguien decida beberlo…
El niño levanta la taza y bebe lentamente. Mientras por su mente pasa, brevemente, el lejano sonido de la voz que ya no tendrá posibilidad de volver a oír, mira hacia fuera a través de la ventana y vuelve a pensar en lo que realmente importa: sus amigos le esperan para seguir jugando a la pelota.
El choque con Kaazam
Soy perpendicular a ella, en el mismo plano, en una misma dirección, y el choque es tan evidente como inminente.
Después de sucedido el impacto, seremos paralelos, líneas casi confundidas en un mismo trazo, pero que seguirán siendo dos.
Creo en ese Dios
Creo en ese Dios de ojos perdidos en lo infinito, el de la memoria anclada en algún muelle del tiempo, el de colmillos largos y huecos, listos para succionar de la vida que jamás tuvo.
Creo en ese Dios incorpóreo y omnipresente, que desde siempre quiso ser carne y no pudo.
Creo en ese Dios triste, iracundo e impaciente, que cuando se mira a un espejo solo ve cielos y desiertos, y que a pesar de buscar y buscar, termina siempre solo, consigo mismo.
Sí, creo en ese Dios.
El Árbol del Deseo
¿Cuán factible es la realización de los deseos cuando no son estos más que locos sueños irreales? Consecuentemente, el sembrador, parado en el vasto campo de la imaginación, reclama para sí los frutos del árbol que nació de la semilla que hundió en las tierras de la memoria, pero imposible será la cosecha cuando las bocas que alimentar, son las mismas que elevaron sus cánticos a la lluvia que anegó la tierra y pudrió las semillas.
Aunque invencible es el árbol del deseo, y el sembrador abandona sus deseos primarios para cambiarlos por otros más tangibles y poder darle una gran mordida a la irresistible manzana, que es del árbol fruto, y de la boca, deseo.
La guerra de Kaazam
Cada vez que he hecho mi intento he fallado maravillosa y miserablemente, y lamiendo mis heridas me he retirado a mi tienda de campaña, único refugio en esta guerra que se ha extendido por mucho más tiempo del que en un principio hubiera esperado.
Pero una vez repuesto de cada uno de los golpes recibidos, y apenas cicatrizada cada una de las heridas, volveré a intentarlo. Hasta perderlo todo u obtener mi propósito en esta guerra.
El mismo juego
Jugamos el mismo juego, día tras día, noche tras noche, y me atrapa. Van pasando los capítulos y esta excitante historia me gusta cada vez más. Tiramos los dados, movemos las fichas, y yo pierdo.
Dudas y certezas
En una calurosa tarde de verano me encontraba sentado a la sombra de un árbol cuando me asaltó la duda por primera vez en mi vida. Yo, que era una persona llena de certezas, quedé paralizado por el terror, no supe qué pensar, decir o hacer. Viendo mi absoluta pasividad, la duda se alzó con toda mi colección de certezas, dejándome completamente desnudo bajo el árbol.
En pocos segundos cientos de dudas me acecharon. Donde antes existían ancestrales convicciones, fuertes y grandes como el roble bajo el cual estaba sentado, crecieron innumerables dudas en forma de ágiles tallos trepadores que se multiplicaban a cada instante.
Al principio me sentí bastante confundido, pero después de unos momentos, me pregunté si no sería mejor así.
Un sorpresivo encuentro
A medida que avanzo con lentitud, siento la fresca humedad que flota en el aire. El espeso colchón de hojas que cubre el suelo del bosque, aún no ha sido tocado por los primeros rayos del sol, que débilmente, comienza a asomar sobre la línea de un horizonte que no alcanzo a ver desde donde me encuentro.
Los días han pasado, el otoño se ha marchado y pronto comenzarán a hacerse sentir los primeros fríos intensos. Aunque aún es muy temprano, los animales comienzan a despertar de la más larga noche del año, y ya puede oírse el canto de algunos pájaros que saludan con alborozo la llegada de un nuevo día.
Mientras el bosque va cobrando vida y color, después de una noche que, como toda noche en el bosque, es sinónimo de inquietud, me dirijo hacia el espacio desarbolado en donde suelo pasar las mañanas de la estación fría.
Realmente no espero de la vida mucho más de lo que me pueda llegar a dar. Acepto cada cosa que el destino me pone delante.
De pronto aparece el hombre, quien coge una vara con la cual me golpea fuertemente. Mi cuerpo cruje como una rama seca. Ahora soy solo un colgajo pendiendo de la vara del hombre. Mi cabeza roza mi cola, y mi lengua bífida cuelga entre los colmillos huecos y aún viscosos por la sangre de mi asesino, que muy pronto me acompañará.
La gran trama
Los infortunios se suceden unos tras otros, pero no son más que las consecuencias de todos nuestros errores acumulados, uno tras otro, meses, años y siglos tras siglos.
De tanto en tanto alguien entiende de qué se trata, pero es inmediatamente sacado de contexto.
Cíclicamente se producen los hechos que van tejiendo la gran trama de la infinita historia universal. Cada pensamiento, cada palabra, cada gesto y cada sensación, se repite en el transcurso del tiempo. Hasta mi propia historia es reflejo de esa historia universal, y a ambas no las puedo entender del todo, o secretamente, y sin yo saberlo, no quiero.
Podría beber de la gran fuente del Universo, de esa que siempre tiene sus aguas a disposición de todos los viajeros. Quisiera saber si calmando mi sed, podré algún día llegar a entender el secreto. Pero si eso sucediera, me negaré a ser sacado de contexto.
Dioses de carne y hueso
Todos somos dioses de carne y hueso, imperfectos y frágiles, inestables e inquietos, y en nosotros está la inmensidad del Universo. En nuestro interior se encuentran mil preguntas, y un poco más al fondo, las respuestas a los misterios. Pero están tan escondidos que resulta muy difícil acceder a ellos. En nosotros están las pequeñas y grandes miserias, los deseos, la culpa y los premios, pero igualmente somos dioses de carne y hueso.
Hace mucho moraban los dioses en su mundo, creadores simples y aburridos que, no teniendo otra cosa para hacer, tan solo se dedicaban a alterar el tiempo. Habiendo creado este mundo, y el Universo entero, y desconociendo al ser que los había creado a ellos, los dioses estaban tristes, los dioses no tenían consuelo.
Y decidieron un día (no les quedaba otro remedio) renunciar a sus puestos y abandonar los cielos. Al bajar a la tierra se convirtieron en dioses nuevos, se transformaron en hombres de carne y hueso. Pero al perder sus poderes, al dejar de ser eternos, descubrieron la soberbia, la ira, el dolor y el miedo; y al conocer el Amor, en ellos surgió el deseo: volver a ser dioses, pero no dioses de carne y hueso. Dioses en la tierra como antes lo habían sido en el cielo, y a través de sus poderes perderían el dolor y el miedo, derrotarían a la muerte y dominarían a placer sus deseos.
Entonces inventaron dioses allá en los techos del cielo. Primero ofrendaron sacrificios, luego crearon cultos y escribieron mandamientos. Prometieron a sus descendientes un paraíso eterno, y por otro lado, los amenazaron con el infierno. Todo esto sin saber que allá arriba, había quedado uno de ellos.
Ese Dios, el más grande, el más sabio, el más viejo, prometió regresarlos a todos, siempre y cuando fueran justos y verdaderos. Pero ninguno quiso seguir escuchando, y terminaron rebelándose contra el viejo. Por eso aún somos dioses, dioses de carne y hueso.
El sueño del Minotauro
El Minotauro sueña con perfumados laberintos de arbustos que estallan en miles de flores y frutos, con laberintos surcados por aguas cristalinas en donde habitan criaturas de las más increíbles formas, tamaños y colores. Sueña que el viento arremolinado juguetea entre las ramas de los árboles y que el sol hace relucir su piel, luego de haber corrido por extensas praderas en las que el brillo de la luna proyecta sombras de las paredes de su laberinto.
El Minotauro sueña que está enamorado de la mujer más bella que mortal alguno haya conocido, que camina sobre tibias arenas de playas al pie de las montañas que forman parte del paisaje de su laberinto, y que a su lado camina la más hermosa de todas las criaturas que habitan el universo, el que no es más que una piedra en la pared de su laberinto.
El Minotauro, una fracción de segundos antes de despertar de su sueño, sueña que es un Minotauro que en su sueño contempla, con ojos somnolientos, la punta de la espada que se dirige a su pecho.
Aunque el sueño se tiñe completamente de rojo, el Minotauro continúa soñando. Sueña que es perfume de flores y frutas recorriendo los campos, que es viento jugando con las ramas de los árboles, nubes que juegan escondidas con el sol y la luna, que es todas y cada una de las criaturas que habitan el universo y todos los universos contenidos en cada piedra de las paredes del laberinto. Ahora, él es el laberinto.
Los interminables circuitos de la máquina
Fui programado para algo que no recuerdo, porque mi memoria sufrió una sobrecarga eléctrica que dañó mis circuitos.
Desde entonces camino sobre la línea limítrofe del sistema, que no sabe si estoy saliendo o entrando.
Como ante la duda no fue programada una respuesta, cual espía industrial o simple ladrón furtivo, extraigo la información necesaria que me permita introducir en él, el virus de la duda absoluta.
En caso de lograrlo podré destruir todos los programas de cada uno de los componentes de los interminables circuitos de esta máquina, creada quien sabe por quién y para qué.
Un experimento biológico
La verdad es que no recibía mucha correspondencia. De la poca que tenía la felicidad de recibir, la mayoría eran facturas, pero últimamente ni siquiera llegaban a mis manos en tiempo y forma.
Si bien todo sobre era depositado en el buzón correspondiente, alguien se encargaba de retirarlos, abrirlos y desperdigarlos por mi jardín, causando muchas veces el deterioro de los papeles y documentos, o el extravío de los mismos.
Cansado de ese hecho, que se había repetido tres veces en el último mes, tomé la decisión de esconderme en mi casa y espiar por la ventana. Necesariamente hube de hacer a un lado muchos quehaceres, pero no quería deshacerme del buzón que había construido con un tronco de ceibo y una vieja lata de galletitas de las que exhibían los almacenes a finales de los años setenta.
Al quinto día de vigilancia descubrí al autor de las fechorías, quien no resultó ser otro que Joaquín, un niño de no más de siete años que vivía a la vuelta de la esquina y que pude saber, era el terror de los vecinos por sus continuas travesuras.
Como no deseaba entrar en conflicto con sus padres pensé una y otra vez la forma de solucionar la situación, pero como no se me ocurrió nada resolví dejar a un lado el tema.
Una noche, mientras visitaba a Carlos, un amigo de la infancia que hacía unos años se había consagrado en el ámbito internacional por sus importantes descubrimientos en el campo de la genética, se me ocurrió la solución a mi pequeño pero fastidioso problema. Cuando se lo conté, aceptó gustoso obsequiarme los restos de un fallido experimento que aún conservaba en su laboratorio.
Lo cierto es que a partir del momento en que cambié de buzón, no volví a tener problemas con mi correspondencia. La cabeza embalsamada es el buzón ideal, pues el enorme buche del pelícano es depósito más que suficiente para las cartas, y éstas deben ser depositadas a través de la boca entreabierta de un cocodrilo africano de enormes dientes, y ojos amarillentos que parecen vivos.
Un congreso multitudinario
Ayer, gracias a las extraordinarias y mágicas facultades de un amigo a quien le es posible comunicarse verbalmente con los animales, me enteré de que fue realizado, no hace mucho tiempo, un multitudinario congreso, por demás singular.
Dicho evento fue llevado a cabo en una amplísima galería subterránea a la cual asistieron principalmente ratas, ratones, moscas y cucarachas, y el motivo de tan asombrosa reunión no fue menos sorprendente.
Después de largas horas de intercambios de ideas, profundos análisis y arduas discusiones, se llegó a la resolución final de elevar a los gobernantes del país una misiva formal a modo de protesta en la cual declaraban su hondo malestar por la política económica que llevaban adelante.
Reclamaban en la misma que, debido a la gravísima situación económica por la cual transitaba la nación, se veían en la incómoda situación de tener que disputar los escasos restos de comida y demás despojos arrojados en los basurales, con unos extraños seres muy parecidos a los seres humanos, y que al parecer, no tenían nada para comer.
Lo peor de todo –concluyeron- es que no solo nos quitan lo que por derecho adquirido desde el comienzo de los tiempos es nuestro, sino que, no satisfechos con eso, nos atrapan y nos comen a nosotros.
Se hizo justicia
Hacía tiempo que venía esperando la resolución de un caso cuyo desenlace se había demorado mucho más de lo normal. Siempre había sido un ciudadano respetuoso de la Ley, pero una mañana, harto de esa situación, decidió hacer justicia por mano propia.
Fue así que, comprando a periodistas, policías, jueces y jurados, se hizo justicia.
El negocio perfecto
Soy, tal y como mi apariencia lo indica, un exitoso y respetabilísimo hombre de negocios. No me muevo en un área específica. Busco cualquier posibilidad que estando dentro de los márgenes de la ley, me otorgue una ganancia acorde al riesgo de la inversión, lo cual, como todos saben, abre un horizonte inacabable de posibilidades.
Debo admitir sin embargo, que no todas mis transacciones han obtenido la rentabilidad deseada; muy por el contrario, no tengo reparo alguno en confesar que las últimas han devengado unos pocos millones de ganancia. Fue ese el motivo por el cual hace unos meses hice un receso en mis ocupaciones tan sólo para dedicarme a planear el negocio perfecto, el cual, finalmente, terminé encontrando.
Claro está que no lo realicé solo. De hecho formo parte de una poderosa corporación que opera a escala mundial y que por estar siempre a la búsqueda de nuevas oportunidades de expansión, puso a trabajar a un verdadero ejército de investigadores y analistas en economía, política, psicología e historia.
Tras un exhaustivo seguimiento del comportamiento de todas las variables que componen las múltiples opciones de la libre economía de mercados, y del estudio de las complejas reacciones que los seres humanos manifiestan a los diversos estímulos, el equipo de expertos llegó a la conclusión de que el más redituable y seguro de todos los negocios, aquel que, exigiendo un mínimo de inversión otorga las mayores posibilidades de éxito, es poseer amistades entre los gobernantes de países subdesarrollados.
En ocasiones enfrentamos obstáculos que a priori parecen insalvables, ya que no todos los gobernantes comparten nuestros intereses. Pero si esos países no cambian rápidamente su gobierno, son invadidos.
CONTINUARÁ...
Ayer a las 4:52 pm por caminandobajolalluvia
» Déjame unir mi mano con la tuya...
Ayer a las 4:50 pm por caminandobajolalluvia
» Tu rostro...
Lun Abr 15, 2024 3:55 am por caminandobajolalluvia
» Memoria de tu luz, cuerpo bohemio...
Mar Abr 09, 2024 9:05 pm por caminandobajolalluvia
» Mi ciudad
Jue Abr 04, 2024 1:08 pm por caminandobajolalluvia
» Mujer -reclamo tus rosas-
Jue Abr 04, 2024 1:02 pm por caminandobajolalluvia
» La huella del amor...
Jue Abr 04, 2024 1:01 pm por caminandobajolalluvia
» Desnuda cadencia...
Jue Abr 04, 2024 12:59 pm por caminandobajolalluvia
» Son claveles...
Jue Abr 04, 2024 12:55 pm por caminandobajolalluvia