Los olvidados piden pan en primavera...
Y aquel puñado de amorosos ante ellos se vuelven sordos,
Mudos...
Todo el mundo se les cierra, al igual que las "puertas que escoden oportunidades".
Yo ya no pertenezco a su clan, pero en un oscuro pasado sufrí de sus mismas necesidades...
Pero logré salir de esa cárcel y por eso hoy por ellos hablo...
Porque en este mundo del demonio, para los faroles, ellos son los únicos diablos...
¡Van mendigando cariño!
No podría decir que para ellos es otoño, ni siquiera invierno...
Hasta en esas épocas existen cosas bellas...
Hay pan hasta hambrearse, muchas botellas de vino,
Por supuesto elegantes pero mentirosas doncellas...
Para toda la gente, excepto para los olvidados...
Los olvidados son eternos faquires, de las veladas del recuerdo...
Sus lechos siempre están solos, tristes, ¡Lejanos! Olvidados...
Tienen un repertorio de heridas que resguardan y las aman,
porque si no aman algo el amor se les convierte en veneno...
Y aquellos truenos que yacen en su lecho, se los brinda su antipático ángel
que pareciese no esta cuerdo,
Pues es el promotor de aquella cicatriz en el lado izquierdo de su pecho...
A aquellos bohemios les dañaron tanto el corazón.
Entonces se vuelve un misterio el saber de donde sacan tanto amor,
Porque a pesar del dolor en su alma, están llenos de calma, y al mundo le dan lo mejor...
¡Ay tristes olvidados! ¿Porque sin importar nada son tan buenos?
Menos mal que las heridas sanan con olvido y licor...
Hasta entonces viven vacíos y el frío aguarda en su ser,
Se viven preguntando y lamentando ¿Porque no pueden
Cambiar al mundo sin la necesidad de "poder"?
Sin billetes, sin egoísmo, sin necesidad de crecer,
Pero la igualdad no existe, al menos no para ellos;
Solo les queda tragarse esa armaga salíba que fluye por su cuello...
Solo poder perecer, sin destellos, sin bellos momentos vividos,
sin la fortuna de haber vivido uno de esos amores fingidos,
Fallerecerán en el abismo, amando sin ser amados,
Consigo mismo se consolarán esos poetas de la muerte, muertos en vida,
tan tristes y olvidados...
Héctor Eduardo López Maganda.
Y aquel puñado de amorosos ante ellos se vuelven sordos,
Mudos...
Todo el mundo se les cierra, al igual que las "puertas que escoden oportunidades".
Yo ya no pertenezco a su clan, pero en un oscuro pasado sufrí de sus mismas necesidades...
Pero logré salir de esa cárcel y por eso hoy por ellos hablo...
Porque en este mundo del demonio, para los faroles, ellos son los únicos diablos...
¡Van mendigando cariño!
No podría decir que para ellos es otoño, ni siquiera invierno...
Hasta en esas épocas existen cosas bellas...
Hay pan hasta hambrearse, muchas botellas de vino,
Por supuesto elegantes pero mentirosas doncellas...
Para toda la gente, excepto para los olvidados...
Los olvidados son eternos faquires, de las veladas del recuerdo...
Sus lechos siempre están solos, tristes, ¡Lejanos! Olvidados...
Tienen un repertorio de heridas que resguardan y las aman,
porque si no aman algo el amor se les convierte en veneno...
Y aquellos truenos que yacen en su lecho, se los brinda su antipático ángel
que pareciese no esta cuerdo,
Pues es el promotor de aquella cicatriz en el lado izquierdo de su pecho...
A aquellos bohemios les dañaron tanto el corazón.
Entonces se vuelve un misterio el saber de donde sacan tanto amor,
Porque a pesar del dolor en su alma, están llenos de calma, y al mundo le dan lo mejor...
¡Ay tristes olvidados! ¿Porque sin importar nada son tan buenos?
Menos mal que las heridas sanan con olvido y licor...
Hasta entonces viven vacíos y el frío aguarda en su ser,
Se viven preguntando y lamentando ¿Porque no pueden
Cambiar al mundo sin la necesidad de "poder"?
Sin billetes, sin egoísmo, sin necesidad de crecer,
Pero la igualdad no existe, al menos no para ellos;
Solo les queda tragarse esa armaga salíba que fluye por su cuello...
Solo poder perecer, sin destellos, sin bellos momentos vividos,
sin la fortuna de haber vivido uno de esos amores fingidos,
Fallerecerán en el abismo, amando sin ser amados,
Consigo mismo se consolarán esos poetas de la muerte, muertos en vida,
tan tristes y olvidados...
Héctor Eduardo López Maganda.
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