La acechanza en las sombras

La acechanza en las sombras

Cabalgo, cabalgo, en las sombras cabalgo,
ya nadie cabalga en la ciudad impura,
no quedan jinetes, caballos ni encargos,
no quedan senderos ni rumbo en la altura.
Sin embargo lo hago: cabalgo, cabalgo,
me trenzo en las calles con fiera locura,
recorro acezando la noche y sus charcos,
me exalto en el tranco sobre mi montura
y encuentro y me pierdo desde los portales,
desde los tejados y en la plaza oscura,
y encuentro el deseo, el festejo, el asedio,
me pierdo en las horas de anclar mi ternura,
pues corro y recorro, montado en mi hidalgo,
las tierras de nadie, la sorda llanura
y el pecho de adentro, donde como y salgo,
y el beso allá afuera, casi sin cordura,
cabalgo, cabalgo, me acechan los galgos
y el rifle del odio y el tedio sin cura,
no puedo ablandarme, a rendirme no alcanzo,
la hoguera me llama, la amada me apura,
corriendo me estrello, me vuelco, me embarco
y ruedo en las hojas de una mordedura,
violento, celeste, perdido y bastardo,
cabalgo en tu nombre, en tu aliento, en tu hondura,
me pierdo en tus labios, tu templo yo cargo,
lo llevo en mis fuelles, lo ensalzo en ternura,
no siento que marcho, no siento que parto,
cabalgo contigo, es el cielo el que dura,
mientras yo recorro sudando tus centros,
mientras yo remonto en tu piel su atadura
y tremola el vaso que bebo en tus belfos
y revienta el fruto que muerdo en premura,
cabalgo, cabalgo, te llevo en mis ruegos,
cabalgo y te alcanzo, ya no hay nervadura,
fundidos rodamos, el tiempo es el viento
que enhiesto cabalgo, que aparto en bravura,
y exijo, me exijo, exijo en tus cabellos
que sea yo tuyo en tu cabalgadura.

12 10 11

Dios... cuanto dolor, como cuando se ama de forma clandestina, y se siente aquel amor tan indispensable como respirar.
Te sigo leyendo.