Dicen que ya no lo quiere,
que su amor se consumió...
Pero allí, en el templo,
bien otra es su oración.
Más larga que una estela,
más honda que aquel clamor,
le cuelga esa herida
que el tiempo nunca cerró.
No hay consuelo que pueda
mitigarle tanto dolor,
ni fuego que tanto arda
como el de su gran pasión.
Ella suspira…suspira…
Y abierta lleva su herida.
Para males del querer,
ni la muerte es solución.
Dicen que ya no lo quiere,
y hasta anuncia su razón…
Pero allí, en el templo,
siempre cambia de oración.
¡Ay, santo, santo bendito!
¡Ay, santo de mi devoción!
Que un mal rayo lo parta,
sin rozarle el corazón.
¡Ay, santo, santo bendito!
Que no se muera el ladrón…
Que sólo a mí me quiera,
conservando su condición.
G.S.A.
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