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por Muda la soltura de mi pecho,
acobarda la llanura sus estrechos
y en la sima de lo hondo, mi despecho,
ciega las distancias y los hechos.
Aquietan tus ojos la muda parsimonia
que en los cielos de vanguardia ceremonia
inclinan las intrépidas colmenas tan doradas
como llanto de jazmines, perfumadas.
Y despierta la bruma de entre las montañas
que se evaden de los cirros, igualadas,
sobre el vértigo que adueñan las mañanas
y el asilo que hospedan flores y celadas.
Aciaga bruma, en cuanto anochece, la palabra,
que murmura y tañe la dulzura
de una legua que camina y que descubra
oro tan ciego que mi ojo no atesora.
Y el vergel de las aladas semillas
urge sin vestigio sonrisas y sencillas
verdes plantas donde halagas y sonríes
puedo ver el mar donde cabalgas y te ríes.
Piélago de sordo mar, anillo en mi cintura
escondo en pleamar en mi navío de fortuna
donde nieva el rocío intacto que fulgura
corazón y esbeltez, llaga a llaga, cuna.
Y de las verdes esperanzas plena arraigo
la sortija de tu vientre y el peldaño
donde esculpe la sonrisa y nutre el daño
marfil que esculpe la esbeltez donde yo caigo.
Y en la sílaba ostentosa donde hablara
la palabra del zorzal neblina al alba
ostentara la pasión donde entablara
la dulce canción de un plectro que otro silba.
Y en el doblez de la noche luna amara
vago cincel de la noche en su escultura,
oro y la miel vertida en tu cintura,
navío de la sal meliflua que soltara.
Como júbilo soez murmura el rito
de ver valer los solos pasos que encumbrara
el sordo vaivén de la luz de mi guitarra
en el vagón alado de soplo, ya no evito.
Aquieta el astro la legumbre que, desnuda
arrastra el freno de la sal donde no acuda
el vago pincel de la sombra del cometa
llave del laurel donde alado no se aquieta.
Y en la sombra del espejo que navega
surca el cielo el ave que despega
a ver los ojos de la ciega marea
la lumbre del farol donde inclina y serpentea.
Navegas porcelanas frías y arremete
el fuego en el farol, la lumbre no somete.
Ilumina los ojos de la aurora, el atavío
mar en mar, la memoria de un navío.
acobarda la llanura sus estrechos
y en la sima de lo hondo, mi despecho,
ciega las distancias y los hechos.
Aquietan tus ojos la muda parsimonia
que en los cielos de vanguardia ceremonia
inclinan las intrépidas colmenas tan doradas
como llanto de jazmines, perfumadas.
Y despierta la bruma de entre las montañas
que se evaden de los cirros, igualadas,
sobre el vértigo que adueñan las mañanas
y el asilo que hospedan flores y celadas.
Aciaga bruma, en cuanto anochece, la palabra,
que murmura y tañe la dulzura
de una legua que camina y que descubra
oro tan ciego que mi ojo no atesora.
Y el vergel de las aladas semillas
urge sin vestigio sonrisas y sencillas
verdes plantas donde halagas y sonríes
puedo ver el mar donde cabalgas y te ríes.
Piélago de sordo mar, anillo en mi cintura
escondo en pleamar en mi navío de fortuna
donde nieva el rocío intacto que fulgura
corazón y esbeltez, llaga a llaga, cuna.
Y de las verdes esperanzas plena arraigo
la sortija de tu vientre y el peldaño
donde esculpe la sonrisa y nutre el daño
marfil que esculpe la esbeltez donde yo caigo.
Y en la sílaba ostentosa donde hablara
la palabra del zorzal neblina al alba
ostentara la pasión donde entablara
la dulce canción de un plectro que otro silba.
Y en el doblez de la noche luna amara
vago cincel de la noche en su escultura,
oro y la miel vertida en tu cintura,
navío de la sal meliflua que soltara.
Como júbilo soez murmura el rito
de ver valer los solos pasos que encumbrara
el sordo vaivén de la luz de mi guitarra
en el vagón alado de soplo, ya no evito.
Aquieta el astro la legumbre que, desnuda
arrastra el freno de la sal donde no acuda
el vago pincel de la sombra del cometa
llave del laurel donde alado no se aquieta.
Y en la sombra del espejo que navega
surca el cielo el ave que despega
a ver los ojos de la ciega marea
la lumbre del farol donde inclina y serpentea.
Navegas porcelanas frías y arremete
el fuego en el farol, la lumbre no somete.
Ilumina los ojos de la aurora, el atavío
mar en mar, la memoria de un navío.
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