Jamás cerró una puerta Dios sin que abriese dos, dice el repetible refrán de la negra Eulogia.
La negra Eulogia es de estructura grande y rolliza, neeeegra como el ébano, de dentadura blanca y perfecta, de ojos del color café y una mata de pelo tan ensortijado como imposible de peinar que esconde debajo de un pañuelo rojo como la sangre misma, esta negra Eulogia tiene una extraña cualidad que me llama mucho la atención, así como es de desgraciada y lengua bípeda, es también de corazón solidario y noble.
No es fácil esconderle los secretos a la Eulogia, pueblo chico, infierno grande sabe decir- no hay na` en kilómetros de paraje que se me escape, yo sé to` mozito y hay que ver como lo sé- amedrenta orgullosamente.
La negra Eulogia sabe quién se vio con quién en el arroyo detrás del cafetal del gallego, sabe si los hijos de Don Cosme le robaron la chancha a Doña Begoña la mujer del puestero y a quién se lo vendieron, si tal es o se hace… no sí pa´ que le digo señor, la negra Eulogia es como abeja que pica a quién poco la maneja, porque ella sabe bien de antemano que no es bueno ser tan bueno.
Es un cuervo vestido de mujer, suele decir la cabeza que me sostiene-, sí, siempre suele estar con otros cuervos delata la mujer de la cabeza, es que cuervo con cuervo no se sacan los ojos termina afirmando como una sentencia, pero yo que percibo el tono de la voz humana como un cosquilleó en mis fibras vegetales, la siento dudar, juez que dudando condena, merece pena, y ella eso lo sabe por eso después de terminar la frase gira sobre sus talones y disimuladamente sin que nadie la vea se persigna.
La negra Eulogia suele ser la primera en arremangarse y levantar su enagua hasta las rodillas para ingresar al lodo cuando hay problemas, es que su negra cabeza no distingue las clases sociales.
Las catástrofes, dice la Eulogia, no son tuyos, ni míos, sino de toditos.
Yo he visto a la negra cuando nadie la veía, llorar a escondidos y en silencio la muerte de los angelitos, dicen los viejos del pueblo que nunca pudo tener hijos, así que llora con alma pura por cada uno de esos niños que fallece, comparte el dolor de sus madres y entonces todos hablan y poco dicen, y ella sin decir nada hinca su pecho el peso de la perdida.
Otras veces he visto destrozar su pequeña huerta, único sustento para llevarle a los que perdieron todo en el alud, “algo pa´ calmar el hambre” y de su cama arrancar su única colcha “pa´ cubrir de la fría noche a la embarazada”.
Porque sea mujer no hubo tronco que detuviera su hacha, ni tierra dura que no cediera a su arado, no hubo espacio vacíos, ni alegato de tener un pequeño rancho cuando la necesidad de alguna alma buscaba albergue.
¡Ay cabezas, cabezas, muchos hablan poco hacen!
Y yo sombrero de paja os digo, una boca y dos orejas tenemos, para que oigamos más, de lo que hablamos…
Ayer… cuando el sol del verano surgía como una moneda recién sacada de la fundición, ayer a la madrugada la negra Eulogia moría, y extrañamente la cabeza que me sostiene plantó una higuera, de esas que flechan de lo lindo apenas la rozan pero ninguna como ellas pa´ dar sombra.
Raras son las cabezas, ¡sí señor!, ¿una higuera?
[b]La negra Eulogia es de estructura grande y rolliza, neeeegra como el ébano, de dentadura blanca y perfecta, de ojos del color café y una mata de pelo tan ensortijado como imposible de peinar que esconde debajo de un pañuelo rojo como la sangre misma, esta negra Eulogia tiene una extraña cualidad que me llama mucho la atención, así como es de desgraciada y lengua bípeda, es también de corazón solidario y noble.
No es fácil esconderle los secretos a la Eulogia, pueblo chico, infierno grande sabe decir- no hay na` en kilómetros de paraje que se me escape, yo sé to` mozito y hay que ver como lo sé- amedrenta orgullosamente.
La negra Eulogia sabe quién se vio con quién en el arroyo detrás del cafetal del gallego, sabe si los hijos de Don Cosme le robaron la chancha a Doña Begoña la mujer del puestero y a quién se lo vendieron, si tal es o se hace… no sí pa´ que le digo señor, la negra Eulogia es como abeja que pica a quién poco la maneja, porque ella sabe bien de antemano que no es bueno ser tan bueno.
Es un cuervo vestido de mujer, suele decir la cabeza que me sostiene-, sí, siempre suele estar con otros cuervos delata la mujer de la cabeza, es que cuervo con cuervo no se sacan los ojos termina afirmando como una sentencia, pero yo que percibo el tono de la voz humana como un cosquilleó en mis fibras vegetales, la siento dudar, juez que dudando condena, merece pena, y ella eso lo sabe por eso después de terminar la frase gira sobre sus talones y disimuladamente sin que nadie la vea se persigna.
La negra Eulogia suele ser la primera en arremangarse y levantar su enagua hasta las rodillas para ingresar al lodo cuando hay problemas, es que su negra cabeza no distingue las clases sociales.
Las catástrofes, dice la Eulogia, no son tuyos, ni míos, sino de toditos.
Yo he visto a la negra cuando nadie la veía, llorar a escondidos y en silencio la muerte de los angelitos, dicen los viejos del pueblo que nunca pudo tener hijos, así que llora con alma pura por cada uno de esos niños que fallece, comparte el dolor de sus madres y entonces todos hablan y poco dicen, y ella sin decir nada hinca su pecho el peso de la perdida.
Otras veces he visto destrozar su pequeña huerta, único sustento para llevarle a los que perdieron todo en el alud, “algo pa´ calmar el hambre” y de su cama arrancar su única colcha “pa´ cubrir de la fría noche a la embarazada”.
Porque sea mujer no hubo tronco que detuviera su hacha, ni tierra dura que no cediera a su arado, no hubo espacio vacíos, ni alegato de tener un pequeño rancho cuando la necesidad de alguna alma buscaba albergue.
¡Ay cabezas, cabezas, muchos hablan poco hacen!
Y yo sombrero de paja os digo, una boca y dos orejas tenemos, para que oigamos más, de lo que hablamos…
Ayer… cuando el sol del verano surgía como una moneda recién sacada de la fundición, ayer a la madrugada la negra Eulogia moría, y extrañamente la cabeza que me sostiene plantó una higuera, de esas que flechan de lo lindo apenas la rozan pero ninguna como ellas pa´ dar sombra.
Raras son las cabezas, ¡sí señor!, ¿una higuera?
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